
Nuestra historia - si es que todavía queda historia - rara, incompleta y extraña, no inicia en un insípido cine mientras yo miraba la película y tú seguías molesto porque yo había llegado tarde. Empieza en tus palabras, en tus tontas y grandes historias, en los amigos en común, en visitas de estadio y quizás mucho antes. Yo sé que crees que nunca te quise, y yo misma lo creía hasta que pasaron muchos días sin poderte hablar y me di cuenta que te extrañaba y que los domingos en la noche no era iguales sin ti, sin Bayly, sin el placer de los ojos o sin música. Yo misma estuve segura y aunque no leas esto nunca, no deja de ser verdad que sí te quise mucho.
La vida es un mercado te dije alguna vez, y el amor también. Siempre alguien que ofrece algo, y alguien que busca. Todo está en encontrar una oferta y demanda que encajen, y así de fácil se consigue la felicidad. Tú me diste más de lo que podía darte, siempre más y esperabas no menos que eso. En realidad lo que tú buscabas, con los 10 años que me llevabas era alguien con quien compartir tu vida y donde no se perdiera ni un segundo de formalismos o espacios absurdos, sino que te quisiera a toda costa y por sobre todas las cosas. Jamás sabré si esperar lo mismo a cambio es bueno para alguien porque casi nunca se consigue, ni en intensidad ni en velocidad y ese fue el forado que determinó lo que ahora somos, personas que no saben nada una de la otra.
Desde la vez que cantábamos boleros en tu auto, frente a algún parque de la ciudad y el agua caía del cielo intempestivamente, hasta las conversaciones con tu madre haciendo causa común contra ti y tu animadeversión por la plantas, todo ha quedado en mi mente de alguna forma extraña, guardado en el rincón de las personas importantes que salieron de mi vida por decisión propia y por bien de ambos. El últmo día que te vi, cuando me pediste nunca más comunicarme contigo supe que te había herido sin quererlo, porque tú necesitabas algo que en ese momento no podía ofrecerte, porque mi ritmo lento y pausado exasperaba tu grito de cariño inmediato y explícito, y prometí no acercarme nunca más si era eso lo que querías. Otros asuntos importantes distraían tu mente y debían ocupar tu atención, por lo que amores de letras y melodías podían esperar. No sé nada de ti desde ese momento, salvo algunas frases tuyas que de vez en cuando leo, sin más que imaginar que estás bien, que tu hijo sigue bello como siempre y que tu madre cuida sus plantas en la terraza y tu padre camina libre por las calles de esta horrible ciudad. Y que tú estás mejor que nunca en el nuevo trabajo que llegó en el mejor momento, cuando todo parecía gris y las malas noticias calaban hondo y hacían sangrar el espíritu. Todo siempre lo has hecho bien, desde tus escritos hasta tus besos luego de pisco sours y promesas de siempre cuidarte en el oído, y no dudo que ahora todo es incluso mejor.
Estoy en el bar que tú me enseñaste, en la mesa en la que siempre nos sentamos tomando lo que siempre tomamos las pocas veces que salimos juntos. Tengo ganas de escuchar a Fito, a Facundo y a Silvio, con cada nota y palabra sonando a ti, a nuestras canciones paseando por la ciudad, a los posts de guerra y respuesta, a los compromisos de enseñarme a fotografiar y traer chocolates suizos y a esos momentos que no sucedieron pero que se quedaron en la memoria, como fuente de inspiración de historias y motivo de sonrisas con copa en mano y pena atravesada por segundos. Es de las melancolías que duelen de forma agradable, porque con el tiempo se agudizan y endulzan y hacen que uno piense que hizo lo correcto aunque costó mucho y algún día, después de mucho tiempo se sabrá realmente si valió la pena. Habrá que esperar.
Porque me enseñaste a querer la trova, a ver a Bayly, a valorar la audacia, a mirar los Daewoos, a no comer en el Munich e idolatrar los estetoscopios rosados. Porque supe que todos tienen derecho a tener alguien que los quiera como ellos quieren, que los fotógrafos deportivos no pueden ser hinchas, que cada uno de nosotros debe avanzar a su paso seguro y que muchas veces ver bailar es más interesante y placentero que bailar. Porque al final me quedo con Lolita de Nabokov, con El breve espacio en que no estás de Milanés, y con la carta de amor que algún día escribiste. Y porque al final algunas cosas deben dejarse ir y luego de ti dejé ir lo que era y fui Cecilia para bien y por ahora, con todo lo bueno y lo malo que siempre hay en todos los mortales, sobre todo los que han sentido cariño alguna vez.
Porque fuiste alguien que dejó una huella, esta es la carta de un coronel a un general.
Supayniyux