Alianza Lima, más que un simple equipo de fútbol, encarna memorias de triunfos y decepciones, elementos que conforman nuestras realidades sociales diarias. Es la representación de muchas esperanzas populares y por eso la tragedia que experimentó aún vive en la memoria de todos, sean o no peruanos. Su condición popular, nacida de la entraña misma del barrio, lo hizo inmortal en esos espacios especiales de nuestra intimidad.
Rubén Blades
Hoy, 08 de diciembre del 2007, cuando se cumplen 20 años de un hecho que marcó la vida y pasión no solo de la hinchada más grande y leal como es la aliancista, sino que dejó huella en el Perú entero, quiero escribir sobre esta mi pasión. En memoria de ustedes potrillos, generación de deportistas que cayó en el mar de Ventanilla y dejó un mito y recuerdo imborrable en todos nosotros.
Fui de Alianza Lima desde que nací. Y no porque mi papá me haya enseñado a amar esa camiseta ya que él, para ser sincera, fue el que me inculcó el terror a los estadios y las hinchadas - su hermano salvó de milagro en esa tragedia del Estadio Nacional el 24 de mayo de 1964- así que no tuve la suerte de contar con el auspicio parental. Mi mamá, hincha incipiente de la U, tampoco contribuyó y de solo haber vivido con ellos, jamás hubiera descubierto lo que años después descubrí.
Fue mi hermano mayor, Sandro, quien me mostró lo que era ser hincha. Todavía recuerdo esa noche del 05 de noviembre de 1997, cuando mi hermano entró a la casa como un loco en plena cena, con la cara pintada de azul y blanco, moviendo su bandera por todos lados y gritando Ole le ola la Alianza es lo más grande del fútbol nacional. Se acercó saltando y me cogió de los brazos, emocionado como nadie en este mundo y me dijo: "Chinchosita! Alianza Lima ha campeonado! Ha sacado su libreta electoral!! Después de 18 años, mi Alianza es campeón!!!". Dicho esto, salió de la casa a celebrar con los amigos del barrio, sus fieles compañeros de estadio, cantando y llorando de alegría como todo aliancista luego de ese partido en Talara contra Torino que nos dio el campeonato después de 18 largos años de sequía de títulos. Yo, a mis 11 años, no entendía muy bien esa alegría inmesurable pero de alguna forma sabía que solo un aliancista puede guardar un sentimiento tan grande y sobrecogedor en el corazón, así que ese día también me fui a dormir con una sonrisa porque Alianza Lima era campeón.
También recuerdo las tantas tardes en las que entraba al cuarto de mi hermano, yo chiquitita y él en la universidad, y me ponía a verlo con detenimiento. Miraba sus paredes azul y blanco, los pósters de los potrillos, la banderola en la ventana, y de vez en cuando me aventuraba a abrir su clóset - Sandro, espero que no estés leyendo esto - con serios trucos que mi pequeñez había descubierto, y me quedaba observando los dibujos, las tarjetas y un papel pegado sobre los cajones que decía: Alianza Lima, cada día te quiero más. A veces llegaba Sandro y me decía: Chinchosa! Qué haces en mi cuarto? Ven, siéntate. Y sacaba su cancionero y me enseñaba a cantar: Sur sur sur su su barra es, vamos Alianza Lima corazón (lo estoy escuchando, incluso veo sus manos haciendo ademanes de fuerza) y luego el Eeoee oeee oee oee Alianza!! - hace tres partidos escuché esa canción por primera vez en la tribuna y mis ojos brillaron al acordarme de mi hermano - y pacientemente le explicaba a esa niña de 7 años lo que era querer una camiseta. Una noche, cuando estaba en primaria, mis hermanos mayores me llevaron con ellos a Ventanilla a dejar a mi papá para hacer un arqueo en la oficina. Mientras esperábamos en el carro, alumbrados solo por las luces naranjas de los postes, mi hermano Sandro me contó de los potrillos. Me dijo que el mar se los había llevado, y me relató la pena y tristeza que sintió el día que dieron la noticia. Mi hermana Patty, la mayor, me decía que en esa época ella tenía 10 años y que también había llorado por los aliancistas que se cayeron al mar. Incluso me contaron que me habían llevado a una de las misas que se hicieron en nombre del equipo perdido - cómo habría de recordarlo si yo solo tenía 1 año! - y mientras relataban la tragedia, yo me imaginaba lo sucedido, miraba al cielo y pensaba que las desgracias en las familias pueden producir dos cosas: la desintegración, o la unión férrea que trasciende el tiempo y las vicisitudes. Esto último es lo que le pasó a la familia aliancista, pensaba yo. Y seguía mirando el cielo, imaginando el sentir de toda esa gente que fue a Ventanilla a despedir al prometedor equipo que había de quedarse en el recuerdo eterno.
Mi hermano se fue a vivir a Huaraz cuando yo tenía 13 años. Nunca pude ir al estadio en todo el tiempo que vivió en mi casa porque me contaba atrocidades de Matute - no sé si porque era verdad o era que no quería llevarme jaja - así que yo crecí pensando que la tribuna era robos, bolsas de "agua" que volaban desde arriba y rochabuses sin parar. Las peleas y palazos de los policías eran las escenas que aparecían en mi mente si escuchaba la palabra estadio, y no imaginaba una mujer dentro de ese mar de gente, que no saliera asaltada o levantada en peso (tardé muchos años en descubrir la realidad), pero eran mis ideas para la época. Si no era mi hermano, mi única puerta para conocer sur y ver al equipo jugar era inexistente, así que no volví a pensar en eso y con Sandro lejos, fui una aliancista común y silvestre.
En el 2003, estando ya en el 2do ciclo de la universidad, fui al concierto de aniversario de radio Panamericana. Por motivos que quizás comente en algún post próximo sobre salsa y sabor, fui sola a ese concierto de 6 horas de buena música en el vértice del Museo de la Nación. Pero el momento más memorable, ese que jamás olvidaré, fue cuando el maestro Rubén Blades - razón por la que fui a la velada - hizo un alto en su presentación. Pidió un silencio, cundió un ambiente de magia y sentimiento y se puso la camiseta aliancista (para júbilo de casi toda la concurrencia y las pifias de unos cuantos). Yo lo miraba embelesada, mientras proyectaba un video en la pantalla de homenaje "a los muchachos de la gran Alianza Lima". Fue un momento memorable, seguido por la maravillosa "Todos vuelven", coreada por todo el público que terminó con un gran y merecido aplauso. Cuando terminó el concierto, el señor que estaba a mi lado y que se había dado cuenta que era aliancista me dijo: Ya ves niña, hasta los grandes son de Alianza Lima.
No volví a pensar en la tribuna hasta fines de diciembre del 2005. Estando en casa de mi enamorado en esos días - gran hincha de Alianza Lima y fiel comprador del Bocón - mientras esperaba a que terminara de cambiarse, en la sala cogí su periódico por primera vez y lei una nota que me conmovió y me hizo sentir orgullosa. El equipo había tenido una de las peores campañas ese año, terminando en la cola de la tabla y un día antes de esa edición, se había jugado el último partido del Clausura. Pero el periodista no escribió acerca de los jugadores, sino que habló sobre la hinchada aliancista y su fidelidad incluso cuando ya no había nada por qué pelear. Decía que el gran Comando Svr estaba molesto por la mala campaña, pero que estaba ahí, bajo la garúa de ese diciembre en las buenas y las malas, esperando que el siguiente año el club se portara mejor y les diera una alegría. Que los blanquiazules se fueron con la cabeza gacha luego de que terminara el partido, pero que era encomiable como cumplieron y se hicieron presentes esa fecha, acompañando al equipo sin condiciones. Y que bien lo decía la canción: "No puede ser blanquiazul aque que no haya llorado, aquel que no haya sufrido". En ese momento, mientras leía se abrían de par en par las puertas que daban a esa parte de mi corazón donde estaban los momentos en los que cantaba con mi hermano Yo tengo fe que Alianza va a ganar, y me transporté a mi sala, los fines de semana de todos los años en los que Sandro llegaba con todos los amigos del parque tristes a mi casa, con la cara pintada, las camisetas puestas luego de una derrota de su equipo, y se ponían a tomar cantando esa canción, mientras yo le preguntaba a mi hermano por qué si su equipo perdía seguía yendo a verlo y él me decía que ser de Alianza es una pasión diferente y aunque gane o pierda, se quiere cada día más y más. Todo eso me hizo recordar un simple recorte periodístico, así que cuando mi enamorado apareció lo primero que hice fue pedirle que me lleve al estadio. Luego de mirarme con cara de extrañeza y asegurarse de que no estaba bromenado, me respondió con un simple: Lo voy a pensar. Durante todo el verano del 2006 le insistí, pedí, chantajeé y hasta coaccioné, hasta que un recordado 25 de febrero me llevó por primera vez a Matute.
Ese día se jugaba la 4ta fecha del apertura, y Alianza era local frente a Cienciano del Cusco. Yo no tenía camiseta, así que Augusto me prestó la suya - edición del Centenario autografiada - y partimos en su carro rumbo al estadio. Las entradas lógicamente eran a occidente, así que llegamos al estacionamiento y entramos. Fue un instante mágico. Sé que los no aficionados al fútbol o algún equipo probablemente no entiendan las palabras que aquí escribo, pero no puedo dejar de expresarlas. Era una sensación embargante, era sentir los gritos de júbilo de mi hermano y ver en vivo y directo las imágenes emotivas del equipo más grande del Perú. Al cabo de unos minutos, todos en occidente empezaron a aplaudir y yo le pregunté a Augusto: qué pasa? y él me dijo: Está entrando el Comando Svr, mi amor, la mejor barra del Perú. Y vi cómo entraba ese mar de gente, en medio de la algarabía y los cánticos, el bombo y las trompetas y todo el estadio con las palmas: A-lian-za cam-peón!! y se iniciaba la fiesta en sur. Yo anonadada, le preguntaba a Augusto por qué no habíamos ido a la popular y él se reía y me decía que estaba loca, que era imposible pisar esa tribuna y que muy peligroso mi amor, mejor occidente porque aquí estamos más tranquilos. Sentí entonces la misma tristeza que sentía cuando mi hermano me decía que no podía llevarme a sur con él porque era muy chiquita (así hubiera tenido 50 años tampoco me iba a llevar), pero no pensé en eso y me dediqué a disfrutar mi primera visita al estadio. Aplaudí cada buena jugada, maldije a los árbitros - no hablo lisuras pero esa tarde fue el desquite - y escuché con alegría el No me arrepiento de haber venido hasta acá, el Cuando yo me muera quiero que mi cajón y muchas más. Fue una linda tarde, que hasta ese momento no había tenido goles. Casi 5 minutos antes de que acabe el partido la gente de occidente comenzó a salir. Yo no entendía por qué, y cuando Augusto me dijo que era hora de irnos porque ya estaba sentenciado el empate y había que salir antes con el carro para no encontrarse con la barra, yo dije Ah no!!, ni hablar!! Es mi primera vez en el estadio y no me muevo hasta que el árbitro haga sonar el pito. Con qué determinación lo habré dicho que con el rostro desencajado, a él no le quedó de otra que sentarse a esperar a que termine el partido. Y es ahí que en el minuto 94, hay un tiro libre a favor de Alianza Lima. Olcese ejecuta y Galindo la mete en el arco de Cienciano. Gooooooll!!!! Gooooolll!!!! Lo grité hasta quedarme sin aire! Gol de Alianza, mi primer gol en el estadio, mi primera alegría! Todos celebrábamos, yo saltaba y le decía a Augusto: Ya ves!! Valía la pena quedarse hasta el final! Ahí terminó el partido y yo salí saltando enfocada por las cámaras de CMD mientras la afición gritaba: Corazón Alianza Lima, corazón para ganar! Todavía guardo esa entrada de recuerdo en mi billetera, mi primera visita a Matute y el día en que me enamoré de sur.
Han pasado muchos partidos desde esa primera vez, y he vivido muchas penas y alegrías junto al equipo. Ahora voy a sur, pero esa es otra historia. Solo puedo decir que todas las fechas estoy alentando, viviendo en cada partido ese amor por una camiseta, esa que mi hermano me enseñó a querer y que yo misma aprendí a respetar. He descubierto con el tiempo que la hinchada de Alianza Lima es todo lo que decía ese periodista que me conmovió con su artículo, y más. Solo un grupo humano que representa a la mayoría del Perú puede mostrar una fidelidad a una institución más allá de los triunfos y fracasos... Solo una hinchada como la nuestra puede seguir a su equipo a pesar de que no campeonara durante 18 años, y mantenerse intacta en sentimiento y devoción. Rubén Blades tiene razón: Alianza Lima representa triunfos y decepciones, eso que vemos todos los días los peruanos, esa tragedia y dolor vivida diariamente por muchos y ese camino hacia la gloria luego de muchos sufrimientos. Es el compendio del sentir del pueblo, y quizás por eso a pesar del tiempo se mantiene indemne.
El año pasado viví mi primer campeonato, luego de haber seguido al equipo durante cada fin de semana y lloré de emoción esa noche en sur cuando después de tantos años Alianza dio la vuelta en Matute. Eso señores, no tiene precio. Mi hermano Sandro, que desde hace 4 años rad
ica en Holanda, me mandó un correo luego del campeonato de su querido club, emocionado y con una foto adjunta que me hizo recordar esos tiempos en los que vivía en mi casa. Está él y sus dos compinches, amigos fieles de estadio y aliancistas de corazón. Ahora uno está en Estados Unidos, el otro todavía vive en el parque, pero los tres siguen teniendo el corazón pintado de blanco y azul. En julio viajé a Europa con mi familia de vacaciones, y llevé dos camisetas: la mía, porque prometí a un amigo tomarme una foto en cada ciudad del viejo continente como muestra de que la pasión por Alianza trasciende fronteras, y otra para mi hermano, que me pidió de forma especial a penas se enteró que viajábamos por allá e íbamos a pasar por Holanda a visitarlo. Lamentablemente, la maleta donde iba su regalo se perdió y mi hermano se quedó sin prenda. Quise dejarle la mía pero como era de esperarse, le quedaba pero solo a su brazo. Nos despedimos con la promesa de que le iba a mandar una cuando volviera a Lima. Ahora que escribo estas líneas, me acuerdo que no he cumplido con lo pactado. Pero hace unas semanas me escribió contándome que su novia está embarazada así que mi hermano, a sus 40 años, será papá muy pronto. Por eso, he pensado en comprarle una mini-camiseta de Alianza y se la voy a enviar por Navidad. Sé que le va a encantar, y le voy a poner en la tarjeta: "Para el pitufito más esperado de la familia y un pequeño hincha de Alianza Lima a futuro". Mi hermano sonreirá, se acordará cuando me enseñaba a cantar las canciones del equipo y me decía: Alianza Lima ha sacado su libreta electoral chinchosita! Somos campeones!
Te quiero mucho Sandro, a la distancia!
Arriba Alianza Lima hoy, mañana y siempre!!
Supayniyux