31 dic 2007

Sueño de una noche de verano

"Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonáis, nos enmendaremos"
William Shackespeare
.
10pm. Tendida sobre este cuero suave y liso que se queja débilmente cada vez que cambio de posición, me siento adormecida. Estoy echada en el mueble nuevo desde hace muchos minutos, más de los que he podido contar, con las luces de la sala apagadas salvo las parpadeantes del árbol de Navidad, y tengo en una mano una copa de buen vino y en la otra, mechones de cabello que ondulo cuando caen en mi frente. Para ser el último día del año, creo que está bien pensar tanto. Todos se han ido: los señores de la casa han decidido pasar las 12 en una fiesta del Club de la Marina; mi hermano se va con una eventual bandida a la casa de algún amigo a recibir el Año Nuevo y yo... yo me he quedado con el vino, las luces que bailan alrededor del gigantezco arbolito cantando en silencio - porque he apagado su atormentadora musiquita navideña - y la voz espléndida de Toña, la Negra, que me ha cantado varias piezas y ahora, mientras termino mi copa y me vuelvo a acomodar mirando el jardín en tinieblas, me dice:

"Voy por la vereda tropical
la noche plena de quitud
con su perfume de humedad"

Me dejo envolver por ese compás, cierro los ojos y sonrío: he decidido pasar el Año Nuevo sola. Luego de pasar un año entero acompañada por el mundo, una noche a solas es más que conveniente. Por eso, dejo la copa en la alfombra, con el control remoto ordeno a la Toña a cantarme más alto y vuelvo a cerrar los ojos, esta vez no para pensar sino para dormir.

Estoy pues, entrando al mundo onírico, ya viendo a Toña que me canta en algún bar de los años gloriosos del bolero, todos vestidos de fiesta y fumando un habano, cuando se escucha un estridor en el salón del bar. Tardo segundos en deshacerme de tan melodioso sueño y darme cuenta que en realidad, están tocando el timbre de mi casa. Todavía con el humo de los habanos en mi retina, me levanto del mueble y pateo sin darme cuenta la copa. Abro y eres tú. Sí, tú. "Ponte tus sandalias, que descalza no te llevo a la playa" No has terminado de decir eso, y ya has entrado, levantado la copa en el piso que por suerte no se rompió, has apagado las luces del árbol de navidad, has tomado mis sandalias en tu mano derecha y las llaves de mi casa en la izquierda, suavemente me empujas hasta la puerta porque de la sorpresa de tu presencia casi no me puedo mover y ahí, bajo el marco, en la oscuridad total, me miras y como siempre, me das a entender la situación sin necesidad de palabras porque es sabido que las personas que se quieren pero no pueden estar juntas, desarrollan una forma de comunicación casi telepática que no necesita más para expresarse. Entonces, yo entiendo por qué estás ahora aquí. Las cosas en realidad, no han cambiado. Tú y yo no vamos a estar juntos, y menos ahora porque tú buscas rosas, pero yo soy orquídea, y ni tú vas a aceptar algo que no buscas ni yo me convertiré en algo que no soy, así que prácticamente seguimos dando vueltas. Pero hoy, es una excepción. Hoy será como un sueño. Nada más preciso, un sueño. Así como minutos antes Toña, la Negra, me cantaba vestida de fiesta, así será lo que suceda hoy al recibir un año más. Todo será posible y nada doldrá luego porque en los sueños, se viven cosas buenas y cosas malas, pero todo es un recuerdo luego de despertar, así que la mente vuela y se desenmascara. Habiéndote entendido entonces, salimos de mi casa.

Subo a tu auto después de mucho tiempo. Nada ha cambiado, tiene el mismo olor, y para mi beneficio, la misma música. "¿A dónde vamos?" pregunto, aunque la coincidencia de la vereda tropical que me sigue me lo revela:

"Es la brisa que viene del mar,
se oye el rumor de una canción
canción de amor y de piedad"

Vamos, pues, al mar. Y si no me equivoco, piensas cumplir una promesa. ¿Vas a cumplir tu promesa ahora? ¿Me llevarás a pescar? Tú sonríes y me dices: "Sueña" y no sé si tomarlo en sentido irónico o no, pero lo doy por hecho y preparo mi mente para seguir en este sueño de una noche de verano. Te miro mientras manejas hacia el sur, miro tus manos, tu cabello lacio y revoloteado que ha crecido en todo este tiempo que no te he visto, te miro cantar en voz baja las canciones que tanto te gustan. ¿Estoy perdonada? No lo creo, y no quiero pensar en eso porque me sentiría mal y todo este sueño que estamos construyendo se acabaría antes de tiempo. Entonces me miras cuando nos detenemos en el peaje por un instante, que basta para que en nuestras expresiones intangibles te diga que lo siento mucho y nunca quise hacerte daño, pero no podía avanzar a tu ritmo y construir sin siquiera haber diseñado. "Lo sé" me dices, y sonríes, aunque siempre estarás resentido y no habrá nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

Te veo presuroso, ¿a dónde quieres llegar? Hay algo especial quizás, porque por más espontáneo que seas, piensas las cosas que de verdad quieres y elaboras genialidades, como ese cumpleaños en el que di por perdida la ocasión de bailar contigo en mi fiesta por tu estúpido trabajo que te había llevado a Montevideo. Me llamaste ese mismo día en la mañana de Uruguay, yo triste pero disimulando mi pesar de que estuvieras tan lejos, y me prometiste llamarme de nuevo cuando ya estuviera en la fiesta, mientras yo bailaba una canción para que pudiera bailar con el celular pretendiendo que eras tú. Te prometí que así lo iba a hacer, y por eso cuando luego en la noche me llamaste y preguntaste si estaba ya bailando y te dije que sí, me diijste que con el celular diera vuelta y ahí es que mi rostro chocó con el tuyo. Viniste de tan lejos, una gran sorpresa, algo irrepetible que me dejó boquiabierta y feliz toda la noche. Te agradecí con mil bailes y cien sonrisas el que estuvieras ahí, pero creo que nunca te dije - nunca te dije casi nada - que eso valió mucho. Y ahora, en qué has pensado para este Año Nuevo me pregunto yo. Tú te ríes porque sabes qué es lo que pienso y me dices: "Curiosa, ya llegamos". Efectivamente, sin darme cuenta hemos llegado a la playa. Bajas primero, me ayudas luego a mí y caminamos hacia la orilla. Ahí, sigiloso, nos espera un bote.

¿Alguna vez te preguntaste por qué nunca te besé? Probablemente muchas veces, pienso, aunque estoy segura que no encontraste la respuesta. No es sencillo, lo sé, y si te lo explicara no entenderías, así que te miro y así, mientras tú también me clavas tu pupila, creo que entiendes que no podía exponerte ni exponerme a materializar lo que para mi no era concreto todavía, y aunque suene corintelladista, un beso para mí hace un mundo y sella pactos, algo que todavía no se había acordado. Por eso nunca te besé, y no porque no lo hubiera querido hacer. Verás, soy muy calculadora y analizo todo, muchas veces de más, mucha razón y poco corazón. Te aseguro que eso me duele más a mí que ti - frase cliché pero cierta - pero ahora que ya lo has entendido un poco, tomo la mano que me brindaste para ayudarme a subir en el pequeño bote, y nos adentramos al vasto mar.

Nunca he estado en el mar rodeada de oscuridad. El bote avanza suavemente, y hay un silencio extraño: se escucha el bullicio de la playa, los acampantes, algunos cohetecillos, mujeres gritando ebrias de tanto ron, perros ladrando, pero en realidad, no se escucha nada. Es como si nosotros, encima de ese mar negro, estuviéramos separados del mundo, inmunizados de todo lo que pueda venir de tierra firme, y en nuestro pequeño espacio, con algunos murmullos y chapoteos del agua, hay un silencio total. Has remado por un buen tiempo y yo de tanto mirarte, no he caído en cuenta de las cosas que viajan con nosotros en este, nuestro sueño. A tientas puedo reconocerlas porque el cielo petróleo sin estrellas me impiden ver con claridad. Solo siento un libro, una vela, una manta, y un pequeño radio. Luego de eso, te detienes y dices: "Ya llegamos"...

8 dic 2007

Historia de un amor

Alianza Lima, más que un simple equipo de fútbol, encarna memorias de triunfos y decepciones, elementos que conforman nuestras realidades sociales diarias. Es la representación de muchas esperanzas populares y por eso la tragedia que experimentó aún vive en la memoria de todos, sean o no peruanos. Su condición popular, nacida de la entraña misma del barrio, lo hizo inmortal en esos espacios especiales de nuestra intimidad.

Rubén Blades

Hoy, 08 de diciembre del 2007, cuando se cumplen 20 años de un hecho que marcó la vida y pasión no solo de la hinchada más grande y leal como es la aliancista, sino que dejó huella en el Perú entero, quiero escribir sobre esta mi pasión. En memoria de ustedes potrillos, generación de deportistas que cayó en el mar de Ventanilla y dejó un mito y recuerdo imborrable en todos nosotros.

Fui de Alianza Lima desde que nací. Y no porque mi papá me haya enseñado a amar esa camiseta ya que él, para ser sincera, fue el que me inculcó el terror a los estadios y las hinchadas - su hermano salvó de milagro en esa tragedia del Estadio Nacional el 24 de mayo de 1964- así que no tuve la suerte de contar con el auspicio parental. Mi mamá, hincha incipiente de la U, tampoco contribuyó y de solo haber vivido con ellos, jamás hubiera descubierto lo que años después descubrí.

Fue mi hermano mayor, Sandro, quien me mostró lo que era ser hincha. Todavía recuerdo esa noche del 05 de noviembre de 1997, cuando mi hermano entró a la casa como un loco en plena cena, con la cara pintada de azul y blanco, moviendo su bandera por todos lados y gritando Ole le ola la Alianza es lo más grande del fútbol nacional. Se acercó saltando y me cogió de los brazos, emocionado como nadie en este mundo y me dijo: "Chinchosita! Alianza Lima ha campeonado! Ha sacado su libreta electoral!! Después de 18 años, mi Alianza es campeón!!!". Dicho esto, salió de la casa a celebrar con los amigos del barrio, sus fieles compañeros de estadio, cantando y llorando de alegría como todo aliancista luego de ese partido en Talara contra Torino que nos dio el campeonato después de 18 largos años de sequía de títulos. Yo, a mis 11 años, no entendía muy bien esa alegría inmesurable pero de alguna forma sabía que solo un aliancista puede guardar un sentimiento tan grande y sobrecogedor en el corazón, así que ese día también me fui a dormir con una sonrisa porque Alianza Lima era campeón.

También recuerdo las tantas tardes en las que entraba al cuarto de mi hermano, yo chiquitita y él en la universidad, y me ponía a verlo con detenimiento. Miraba sus paredes azul y blanco, los pósters de los potrillos, la banderola en la ventana, y de vez en cuando me aventuraba a abrir su clóset - Sandro, espero que no estés leyendo esto - con serios trucos que mi pequeñez había descubierto, y me quedaba observando los dibujos, las tarjetas y un papel pegado sobre los cajones que decía: Alianza Lima, cada día te quiero más. A veces llegaba Sandro y me decía: Chinchosa! Qué haces en mi cuarto? Ven, siéntate. Y sacaba su cancionero y me enseñaba a cantar: Sur sur sur su su barra es, vamos Alianza Lima corazón (lo estoy escuchando, incluso veo sus manos haciendo ademanes de fuerza) y luego el Eeoee oeee oee oee Alianza!! - hace tres partidos escuché esa canción por primera vez en la tribuna y mis ojos brillaron al acordarme de mi hermano - y pacientemente le explicaba a esa niña de 7 años lo que era querer una camiseta.

Una noche, cuando estaba en primaria, mis hermanos mayores me llevaron con ellos a Ventanilla a dejar a mi papá para hacer un arqueo en la oficina. Mientras esperábamos en el carro, alumbrados solo por las luces naranjas de los postes, mi hermano Sandro me contó de los potrillos. Me dijo que el mar se los había llevado, y me relató la pena y tristeza que sintió el día que dieron la noticia. Mi hermana Patty, la mayor, me decía que en esa época ella tenía 10 años y que también había llorado por los aliancistas que se cayeron al mar. Incluso me contaron que me habían llevado a una de las misas que se hicieron en nombre del equipo perdido - cómo habría de recordarlo si yo solo tenía 1 año! - y mientras relataban la tragedia, yo me imaginaba lo sucedido, miraba al cielo y pensaba que las desgracias en las familias pueden producir dos cosas: la desintegración, o la unión férrea que trasciende el tiempo y las vicisitudes. Esto último es lo que le pasó a la familia aliancista, pensaba yo. Y seguía mirando el cielo, imaginando el sentir de toda esa gente que fue a Ventanilla a despedir al prometedor equipo que había de quedarse en el recuerdo eterno.

Mi hermano se fue a vivir a Huaraz cuando yo tenía 13 años. Nunca pude ir al estadio en todo el tiempo que vivió en mi casa porque me contaba atrocidades de Matute - no sé si porque era verdad o era que no quería llevarme jaja - así que yo crecí pensando que la tribuna era robos, bolsas de "agua" que volaban desde arriba y rochabuses sin parar. Las peleas y palazos de los policías eran las escenas que aparecían en mi mente si escuchaba la palabra estadio, y no imaginaba una mujer dentro de ese mar de gente, que no saliera asaltada o levantada en peso (tardé muchos años en descubrir la realidad), pero eran mis ideas para la época. Si no era mi hermano, mi única puerta para conocer sur y ver al equipo jugar era inexistente, así que no volví a pensar en eso y con Sandro lejos, fui una aliancista común y silvestre.

En el 2003, estando ya en el 2do ciclo de la universidad, fui al concierto de aniversario de radio Panamericana. Por motivos que quizás comente en algún post próximo sobre salsa y sabor, fui sola a ese concierto de 6 horas de buena música en el vértice del Museo de la Nación. Pero el momento más memorable, ese que jamás olvidaré, fue cuando el maestro Rubén Blades - razón por la que fui a la velada - hizo un alto en su presentación. Pidió un silencio, cundió un ambiente de magia y sentimiento y se puso la camiseta aliancista (para júbilo de casi toda la concurrencia y las pifias de unos cuantos). Yo lo miraba embelesada, mientras proyectaba un video en la pantalla de homenaje "a los muchachos de la gran Alianza Lima". Fue un momento memorable, seguido por la maravillosa "Todos vuelven", coreada por todo el público que terminó con un gran y merecido aplauso. Cuando terminó el concierto, el señor que estaba a mi lado y que se había dado cuenta que era aliancista me dijo: Ya ves niña, hasta los grandes son de Alianza Lima.

No volví a pensar en la tribuna hasta fines de diciembre del 2005. Estando en casa de mi enamorado en esos días - gran hincha de Alianza Lima y fiel comprador del Bocón - mientras esperaba a que terminara de cambiarse, en la sala cogí su periódico por primera vez y lei una nota que me conmovió y me hizo sentir orgullosa. El equipo había tenido una de las peores campañas ese año, terminando en la cola de la tabla y un día antes de esa edición, se había jugado el último partido del Clausura. Pero el periodista no escribió acerca de los jugadores, sino que habló sobre la hinchada aliancista y su fidelidad incluso cuando ya no había nada por qué pelear. Decía que el gran Comando Svr estaba molesto por la mala campaña, pero que estaba ahí, bajo la garúa de ese diciembre en las buenas y las malas, esperando que el siguiente año el club se portara mejor y les diera una alegría. Que los blanquiazules se fueron con la cabeza gacha luego de que terminara el partido, pero que era encomiable como cumplieron y se hicieron presentes esa fecha, acompañando al equipo sin condiciones. Y que bien lo decía la canción: "No puede ser blanquiazul aque que no haya llorado, aquel que no haya sufrido". En ese momento, mientras leía se abrían de par en par las puertas que daban a esa parte de mi corazón donde estaban los momentos en los que cantaba con mi hermano Yo tengo fe que Alianza va a ganar, y me transporté a mi sala, los fines de semana de todos los años en los que Sandro llegaba con todos los amigos del parque tristes a mi casa, con la cara pintada, las camisetas puestas luego de una derrota de su equipo, y se ponían a tomar cantando esa canción, mientras yo le preguntaba a mi hermano por qué si su equipo perdía seguía yendo a verlo y él me decía que ser de Alianza es una pasión diferente y aunque gane o pierda, se quiere cada día más y más. Todo eso me hizo recordar un simple recorte periodístico, así que cuando mi enamorado apareció lo primero que hice fue pedirle que me lleve al estadio. Luego de mirarme con cara de extrañeza y asegurarse de que no estaba bromenado, me respondió con un simple: Lo voy a pensar. Durante todo el verano del 2006 le insistí, pedí, chantajeé y hasta coaccioné, hasta que un recordado 25 de febrero me llevó por primera vez a Matute.

Ese día se jugaba la 4ta fecha del apertura, y Alianza era local frente a Cienciano del Cusco. Yo no tenía camiseta, así que Augusto me prestó la suya - edición del Centenario autografiada - y partimos en su carro rumbo al estadio. Las entradas lógicamente eran a occidente, así que llegamos al estacionamiento y entramos. Fue un instante mágico. Sé que los no aficionados al fútbol o algún equipo probablemente no entiendan las palabras que aquí escribo, pero no puedo dejar de expresarlas. Era una sensación embargante, era sentir los gritos de júbilo de mi hermano y ver en vivo y directo las imágenes emotivas del equipo más grande del Perú. Al cabo de unos minutos, todos en occidente empezaron a aplaudir y yo le pregunté a Augusto: qué pasa? y él me dijo: Está entrando el Comando Svr, mi amor, la mejor barra del Perú. Y vi cómo entraba ese mar de gente, en medio de la algarabía y los cánticos, el bombo y las trompetas y todo el estadio con las palmas: A-lian-za cam-peón!! y se iniciaba la fiesta en sur. Yo anonadada, le preguntaba a Augusto por qué no habíamos ido a la popular y él se reía y me decía que estaba loca, que era imposible pisar esa tribuna y que muy peligroso mi amor, mejor occidente porque aquí estamos más tranquilos. Sentí entonces la misma tristeza que sentía cuando mi hermano me decía que no podía llevarme a sur con él porque era muy chiquita (así hubiera tenido 50 años tampoco me iba a llevar), pero no pensé en eso y me dediqué a disfrutar mi primera visita al estadio. Aplaudí cada buena jugada, maldije a los árbitros - no hablo lisuras pero esa tarde fue el desquite - y escuché con alegría el No me arrepiento de haber venido hasta acá, el Cuando yo me muera quiero que mi cajón y muchas más. Fue una linda tarde, que hasta ese momento no había tenido goles. Casi 5 minutos antes de que acabe el partido la gente de occidente comenzó a salir. Yo no entendía por qué, y cuando Augusto me dijo que era hora de irnos porque ya estaba sentenciado el empate y había que salir antes con el carro para no encontrarse con la barra, yo dije Ah no!!, ni hablar!! Es mi primera vez en el estadio y no me muevo hasta que el árbitro haga sonar el pito. Con qué determinación lo habré dicho que con el rostro desencajado, a él no le quedó de otra que sentarse a esperar a que termine el partido. Y es ahí que en el minuto 94, hay un tiro libre a favor de Alianza Lima. Olcese ejecuta y Galindo la mete en el arco de Cienciano. Gooooooll!!!! Gooooolll!!!! Lo grité hasta quedarme sin aire! Gol de Alianza, mi primer gol en el estadio, mi primera alegría! Todos celebrábamos, yo saltaba y le decía a Augusto: Ya ves!! Valía la pena quedarse hasta el final! Ahí terminó el partido y yo salí saltando enfocada por las cámaras de CMD mientras la afición gritaba: Corazón Alianza Lima, corazón para ganar! Todavía guardo esa entrada de recuerdo en mi billetera, mi primera visita a Matute y el día en que me enamoré de sur.

Han pasado muchos partidos desde esa primera vez, y he vivido muchas penas y alegrías junto al equipo. Ahora voy a sur, pero esa es otra historia. Solo puedo decir que todas las fechas estoy alentando, viviendo en cada partido ese amor por una camiseta, esa que mi hermano me enseñó a querer y que yo misma aprendí a respetar. He descubierto con el tiempo que la hinchada de Alianza Lima es todo lo que decía ese periodista que me conmovió con su artículo, y más. Solo un grupo humano que representa a la mayoría del Perú puede mostrar una fidelidad a una institución más allá de los triunfos y fracasos... Solo una hinchada como la nuestra puede seguir a su equipo a pesar de que no campeonara durante 18 años, y mantenerse intacta en sentimiento y devoción. Rubén Blades tiene razón: Alianza Lima representa triunfos y decepciones, eso que vemos todos los días los peruanos, esa tragedia y dolor vivida diariamente por muchos y ese camino hacia la gloria luego de muchos sufrimientos. Es el compendio del sentir del pueblo, y quizás por eso a pesar del tiempo se mantiene indemne.


El año pasado viví mi primer campeonato, luego de haber seguido al equipo durante cada fin de semana y lloré de emoción esa noche en sur cuando después de tantos años Alianza dio la vuelta en Matute. Eso señores, no tiene precio. Mi hermano Sandro, que desde hace 4 años radica en Holanda, me mandó un correo luego del campeonato de su querido club, emocionado y con una foto adjunta que me hizo recordar esos tiempos en los que vivía en mi casa. Está él y sus dos compinches, amigos fieles de estadio y aliancistas de corazón. Ahora uno está en Estados Unidos, el otro todavía vive en el parque, pero los tres siguen teniendo el corazón pintado de blanco y azul. En julio viajé a Europa con mi familia de vacaciones, y llevé dos camisetas: la mía, porque prometí a un amigo tomarme una foto en cada ciudad del viejo continente como muestra de que la pasión por Alianza trasciende fronteras, y otra para mi hermano, que me pidió de forma especial a penas se enteró que viajábamos por allá e íbamos a pasar por Holanda a visitarlo. Lamentablemente, la maleta donde iba su regalo se perdió y mi hermano se quedó sin prenda. Quise dejarle la mía pero como era de esperarse, le quedaba pero solo a su brazo. Nos despedimos con la promesa de que le iba a mandar una cuando volviera a Lima. Ahora que escribo estas líneas, me acuerdo que no he cumplido con lo pactado. Pero hace unas semanas me escribió contándome que su novia está embarazada así que mi hermano, a sus 40 años, será papá muy pronto. Por eso, he pensado en comprarle una mini-camiseta de Alianza y se la voy a enviar por Navidad. Sé que le va a encantar, y le voy a poner en la tarjeta: "Para el pitufito más esperado de la familia y un pequeño hincha de Alianza Lima a futuro". Mi hermano sonreirá, se acordará cuando me enseñaba a cantar las canciones del equipo y me decía: Alianza Lima ha sacado su libreta electoral chinchosita! Somos campeones!

Te quiero mucho Sandro, a la distancia!

Arriba Alianza Lima hoy, mañana y siempre!!

Supayniyux

5 dic 2007

Luego puedes decirme adiós

En los momentos libres de ataduras, esos sobre sábanas suaves y donde muchas veces tú y yo descansamos sin decir nada, simplemente respirando y averiguando el sabor de nuestra piel, la textura de tu espalda y el aroma de mi cabello... en esos momentos en los que no somos de nadie sino de nosotros mismos que nos hacemos más grandes y profundos al estar juntos, tan diáfanos que quizás nos asuste un poco, porque tú puedes verme sin blusas ni mentiras, casi como Dios me mandó a este mundo en cuerpo y alma, y yo puedo ver lo que no quieres ser pero eres en realidad, sin vestiduras ni prejuicios... ahí, sin tener que dar nada más que la posibilidad de yacer uno al lado de otro para pensar, reir, conversar, escribir y simplemente existir por un momento juntos, estamos viviendo las tardes de algunos días de nuestras vidas.

Mientras tú descansas suavemente y el sol entra encendiendo la línea infinita de tu espalda, que llena tu habitación de una fragancia mezcla de gardenias, cariño y sopor, yo te miro y escucho una canción...

Kiss me each morning for a million years
Hold me each evening by your side
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

Sweeten my coffee with a morning kiss
Soften my dreams with your sighs
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

If you must go, oh no, I won't grieve
If you wait a lifetime before you leave

Then if you must go Mmm, I won't tell you no
Just so that we can say we tried
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

En ese momento pienso que no te pediré que me digas que me amas por un millón de años, pero... quisiera poder decir que lo intentamos.

Supayniyux