
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonáis, nos enmendaremos"
William Shackespeare
.
10pm. Tendida sobre este cuero suave y liso que se queja débilmente cada vez que cambio de posición, me siento adormecida. Estoy echada en el mueble nuevo desde hace muchos minutos, más de los que he podido contar, con las luces de la sala apagadas salvo las parpadeantes del árbol de Navidad, y tengo en una mano una copa de buen vino y en la otra, mechones de cabello que ondulo cuando caen en mi frente. Para ser el último día del año, creo que está bien pensar tanto. Todos se han ido: los señores de la casa han decidido pasar las 12 en una fiesta del Club de la Marina; mi hermano se va con una eventual bandida a la casa de algún amigo a recibir el Año Nuevo y yo... yo me he quedado con el vino, las luces que bailan alrededor del gigantezco arbolito cantando en silencio - porque he apagado su atormentadora musiquita navideña - y la voz espléndida de Toña, la Negra, que me ha cantado varias piezas y ahora, mientras termino mi copa y me vuelvo a acomodar mirando el jardín en tinieblas, me dice:
"Voy por la vereda tropical
la noche plena de quitud
con su perfume de humedad"
Me dejo envolver por ese compás, cierro los ojos y sonrío: he decidido pasar el Año Nuevo sola. Luego de pasar un año entero acompañada por el mundo, una noche a solas es más que conveniente. Por eso, dejo la copa en la alfombra, con el control remoto ordeno a la Toña a cantarme más alto y vuelvo a cerrar los ojos, esta vez no para pensar sino para dormir.
Estoy pues, entrando al mundo onírico, ya viendo a Toña que me canta en algún bar de los años gloriosos del bolero, todos vestidos de fiesta y fumando un habano, cuando se escucha un estridor en el salón del bar. Tardo segundos en deshacerme de tan melodioso sueño y darme cuenta que en realidad, están tocando el timbre de mi casa. Todavía con el humo de los habanos en mi retina, me levanto del mueble y pateo sin darme cuenta la copa. Abro y eres tú. Sí, tú. "Ponte tus sandalias, que descalza no te llevo a la playa" No has terminado de decir eso, y ya has entrado, levantado la copa en el piso que por suerte no se rompió, has apagado las luces del árbol de navidad, has tomado mis sandalias en tu mano derecha y las llaves de mi casa en la izquierda, suavemente me empujas hasta la puerta porque de la sorpresa de tu presencia casi no me puedo mover y ahí, bajo el marco, en la oscuridad total, me miras y como siempre, me das a entender la situación sin necesidad de palabras porque es sabido que las personas que se quieren pero no pueden estar juntas, desarrollan una forma de comunicación casi telepática que no necesita más para expresarse. Entonces, yo entiendo por qué estás ahora aquí. Las cosas en realidad, no han cambiado. Tú y yo no vamos a estar juntos, y menos ahora porque tú buscas rosas, pero yo soy orquídea, y ni tú vas a aceptar algo que no buscas ni yo me convertiré en algo que no soy, así que prácticamente seguimos dando vueltas. Pero hoy, es una excepción. Hoy será como un sueño. Nada más preciso, un sueño. Así como minutos antes Toña, la Negra, me cantaba vestida de fiesta, así será lo que suceda hoy al recibir un año más. Todo será posible y nada doldrá luego porque en los sueños, se viven cosas buenas y cosas malas, pero todo es un recuerdo luego de despertar, así que la mente vuela y se desenmascara. Habiéndote entendido entonces, salimos de mi casa.
Subo a tu auto después de mucho tiempo. Nada ha cambiado, tiene el mismo olor, y para mi beneficio, la misma música. "¿A dónde vamos?" pregunto, aunque la coincidencia de la vereda tropical que me sigue me lo revela:
"Es la brisa que viene del mar,
se oye el rumor de una canción
canción de amor y de piedad"
Vamos, pues, al mar. Y si no me equivoco, piensas cumplir una promesa. ¿Vas a cumplir tu promesa ahora? ¿Me llevarás a pescar? Tú sonríes y me dices: "Sueña" y no sé si tomarlo en sentido irónico o no, pero lo doy por hecho y preparo mi mente para seguir en este sueño de una noche de verano. Te miro mientras manejas hacia el sur, miro tus manos, tu cabello lacio y revoloteado que ha crecido en todo este tiempo que no te he visto, te miro cantar en voz baja las canciones que tanto te gustan. ¿Estoy perdonada? No lo creo, y no quiero pensar en eso porque me sentiría mal y todo este sueño que estamos construyendo se acabaría antes de tiempo. Entonces me miras cuando nos detenemos en el peaje por un instante, que basta para que en nuestras expresiones intangibles te diga que lo siento mucho y nunca quise hacerte daño, pero no podía avanzar a tu ritmo y construir sin siquiera haber diseñado. "Lo sé" me dices, y sonríes, aunque siempre estarás resentido y no habrá nada que yo pueda hacer para cambiarlo.
Te veo presuroso, ¿a dónde quieres llegar? Hay algo especial quizás, porque por más espontáneo que seas, piensas las cosas que de verdad quieres y elaboras genialidades, como ese cumpleaños en el que di por perdida la ocasión de bailar contigo en mi fiesta por tu estúpido trabajo que te había llevado a Montevideo. Me llamaste ese mismo día en la mañana de Uruguay, yo triste pero disimulando mi pesar de que estuvieras tan lejos, y me prometiste llamarme de nuevo cuando ya estuviera en la fiesta, mientras yo bailaba una canción para que pudiera bailar con el celular pretendiendo que eras tú. Te prometí que así lo iba a hacer, y por eso cuando luego en la noche me llamaste y preguntaste si estaba ya bailando y te dije que sí, me diijste que con el celular diera vuelta y ahí es que mi rostro chocó con el tuyo. Viniste de tan lejos, una gran sorpresa, algo irrepetible que me dejó boquiabierta y feliz toda la noche. Te agradecí con mil bailes y cien sonrisas el que estuvieras ahí, pero creo que nunca te dije - nunca te dije casi nada - que eso valió mucho. Y ahora, en qué has pensado para este Año Nuevo me pregunto yo. Tú te ríes porque sabes qué es lo que pienso y me dices: "Curiosa, ya llegamos". Efectivamente, sin darme cuenta hemos llegado a la playa. Bajas primero, me ayudas luego a mí y caminamos hacia la orilla. Ahí, sigiloso, nos espera un bote.
¿Alguna vez te preguntaste por qué nunca te besé? Probablemente muchas veces, pienso, aunque estoy segura que no encontraste la respuesta. No es sencillo, lo sé, y si te lo explicara no entenderías, así que te miro y así, mientras tú también me clavas tu pupila, creo que entiendes que no podía exponerte ni exponerme a materializar lo que para mi no era concreto todavía, y aunque suene corintelladista, un beso para mí hace un mundo y sella pactos, algo que todavía no se había acordado. Por eso nunca te besé, y no porque no lo hubiera querido hacer. Verás, soy muy calculadora y analizo todo, muchas veces de más, mucha razón y poco corazón. Te aseguro que eso me duele más a mí que ti - frase cliché pero cierta - pero ahora que ya lo has entendido un poco, tomo la mano que me brindaste para ayudarme a subir en el pequeño bote, y nos adentramos al vasto mar.
Nunca he estado en el mar rodeada de oscuridad. El bote avanza suavemente, y hay un silencio extraño: se escucha el bullicio de la playa, los acampantes, algunos cohetecillos, mujeres gritando ebrias de tanto ron, perros ladrando, pero en realidad, no se escucha nada. Es como si nosotros, encima de ese mar negro, estuviéramos separados del mundo, inmunizados de todo lo que pueda venir de tierra firme, y en nuestro pequeño espacio, con algunos murmullos y chapoteos del agua, hay un silencio total. Has remado por un buen tiempo y yo de tanto mirarte, no he caído en cuenta de las cosas que viajan con nosotros en este, nuestro sueño. A tientas puedo reconocerlas porque el cielo petróleo sin estrellas me impiden ver con claridad. Solo siento un libro, una vela, una manta, y un pequeño radio. Luego de eso, te detienes y dices: "Ya llegamos"...
Te veo presuroso, ¿a dónde quieres llegar? Hay algo especial quizás, porque por más espontáneo que seas, piensas las cosas que de verdad quieres y elaboras genialidades, como ese cumpleaños en el que di por perdida la ocasión de bailar contigo en mi fiesta por tu estúpido trabajo que te había llevado a Montevideo. Me llamaste ese mismo día en la mañana de Uruguay, yo triste pero disimulando mi pesar de que estuvieras tan lejos, y me prometiste llamarme de nuevo cuando ya estuviera en la fiesta, mientras yo bailaba una canción para que pudiera bailar con el celular pretendiendo que eras tú. Te prometí que así lo iba a hacer, y por eso cuando luego en la noche me llamaste y preguntaste si estaba ya bailando y te dije que sí, me diijste que con el celular diera vuelta y ahí es que mi rostro chocó con el tuyo. Viniste de tan lejos, una gran sorpresa, algo irrepetible que me dejó boquiabierta y feliz toda la noche. Te agradecí con mil bailes y cien sonrisas el que estuvieras ahí, pero creo que nunca te dije - nunca te dije casi nada - que eso valió mucho. Y ahora, en qué has pensado para este Año Nuevo me pregunto yo. Tú te ríes porque sabes qué es lo que pienso y me dices: "Curiosa, ya llegamos". Efectivamente, sin darme cuenta hemos llegado a la playa. Bajas primero, me ayudas luego a mí y caminamos hacia la orilla. Ahí, sigiloso, nos espera un bote.
¿Alguna vez te preguntaste por qué nunca te besé? Probablemente muchas veces, pienso, aunque estoy segura que no encontraste la respuesta. No es sencillo, lo sé, y si te lo explicara no entenderías, así que te miro y así, mientras tú también me clavas tu pupila, creo que entiendes que no podía exponerte ni exponerme a materializar lo que para mi no era concreto todavía, y aunque suene corintelladista, un beso para mí hace un mundo y sella pactos, algo que todavía no se había acordado. Por eso nunca te besé, y no porque no lo hubiera querido hacer. Verás, soy muy calculadora y analizo todo, muchas veces de más, mucha razón y poco corazón. Te aseguro que eso me duele más a mí que ti - frase cliché pero cierta - pero ahora que ya lo has entendido un poco, tomo la mano que me brindaste para ayudarme a subir en el pequeño bote, y nos adentramos al vasto mar.
Nunca he estado en el mar rodeada de oscuridad. El bote avanza suavemente, y hay un silencio extraño: se escucha el bullicio de la playa, los acampantes, algunos cohetecillos, mujeres gritando ebrias de tanto ron, perros ladrando, pero en realidad, no se escucha nada. Es como si nosotros, encima de ese mar negro, estuviéramos separados del mundo, inmunizados de todo lo que pueda venir de tierra firme, y en nuestro pequeño espacio, con algunos murmullos y chapoteos del agua, hay un silencio total. Has remado por un buen tiempo y yo de tanto mirarte, no he caído en cuenta de las cosas que viajan con nosotros en este, nuestro sueño. A tientas puedo reconocerlas porque el cielo petróleo sin estrellas me impiden ver con claridad. Solo siento un libro, una vela, una manta, y un pequeño radio. Luego de eso, te detienes y dices: "Ya llegamos"...
1 comentario:
en realidad paso? por que es el sueño de bastantes de mis amigas ... aunque falto la botellita de vino ... un beso y ojala sea cierto ciertisimo
Publicar un comentario