25 may 2008

Troglodita

"Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo"

Napoleón Bonaparte

Acabo de leer tu mail, tranquilamente y sin renegar, tratando de respirar profundo y mantener la bilis donde pertenece. Mi conclusión: eres un payaso. No puedo decirte otra cosa porque prefiero reirme antes de colpasar por tu estupidez.

Recuerdo cuando te conocí hace más de dos años, en una de las noches de estudio en la casa de Carmen. Tú, minero, eras el primer puesto de tu promoción y estabas también en esa casa estudiando con el hermano de Carmen. Conversamos y de alguna forma, me di cuenta que tenías un gran coeficiente intelectual pero uno emocional que daba negativo. De alguna forma también, vi tu neanderthalismo un poco interesante (pienso en todas las veces en que las mujeres tienen un lapsus de percepción distorsionada de la realidad, un breve alejamiento del sentido común y racionalidad) Después de algún tiempo, ya que yo había terminado con el chico con el que estuve dos años - mal momento para comenzar una relación - decidí estar contigo y ver qué pasaba.

No pasaron ni tres semanas para darme cuenta de que eso no iba ni para delante ni para detrás. Yo sé que tú me querías, y sé que te esforzaste en que todo vaya bien pero nada se puede forzar en realidad. Lo que no es para ti, no se quedará contigo. Tú mismo te autodenominabas hombre-bestia y en realidad todo el tiempo que dedicaste en pulir tus estudios, lo perdiste en pulir tu personalidad. Tu falta de tacto, de cordura, de palabras ecuánimes, en pocas palabras tu tan celebrado intento por ser un hombre de Cromagnon más terminó por abrumarme. De alguna forma totalmente inexcrutable para mí, alguien te había hecho creer que tal forma de violencia y tontería nos gustaba a las mujeres (hombres, que no saben diferenciar cuándo es buena una imposición de fuerza que de alguna forma tierna te intimide, muy diferente a besos que te dejen heridas y dolores durante toda la semana) Así que con pocas palabras y en los mejores términos porque a fin de cuentas yo te apreciaba y tú me querías, se terminó lo que ni siquiera había terminado de iniciar.

Al tiempo yo volví con la persona con la que había estado tanto tiempo, y tú te conseguiste una enamorada de despecho - y no porque yo lo haya descifrado sino porque increiblemente tú me lo escribías en los mails - por lo que te deseé alas y buen viento. Tú te portaste mal un par de veces creyendo que al verte con ella yo iba a ingresar a un status de estigma y sangrar por las fosas nasales mientras convulsionaba de los celos que no me cabían en el pecho (todavía creo que los hombres han visto demasiado "Amores Prohibidos" o "El Noveno Mandamiento", entre tantas otras pastillas televisivas para atrofiar la mente) y yo obviamente solo sonrei esperando que los 5 años que me llevabas cronológicamente en algún momento salieran a relucir con un comportamiento alturado y no de ingresante a secundaria. Eras ya un ingeniero de minas y me pedías que no te hable por el msn porque tu enamorada se molestaba!! Así que te hice el favor y te bloqueé del msn, del Hi5, te borré del celular y de todo registro donde pudiera haber viso de comunicación contigo porque tu inmadurez llegaba a límites insospechados.

Te encontré en la fiesta de cumpleaños de Carmen. Para mi no sorpresa, tu enamorada no había ido. Y no pasó mucho rato para que te acercaras, primero en un plan de don juan (así, en minúsculas) y luego terminaste diciéndome que estabas con ella porque querías olvidarme. ¿Te parece de caballeros decir eso? Si en verdad piensas que una mujer valora que le digas que por ella estás envuelto en una relación que solo usas para olvidarla, dejando a tu enamorada como la más ridícula de las incautas, entonces no has leido el libro correcto. Sientiendo pena te deseé nuevamente mucha suerte y te pedi que jamás trates a una mujer como cualquier cosa, y que la chica merecía más respeto. Consejos que no oiste.

Mi relación después de tres años terminó y yo no volví a saber de ti hasta ese día que me llamaste. Mi papá, entre la coquetería, soberbia, inteligencia y responsabilidad, también me heredó el don de la clarividencia, a un paso de graduarnos de chamanes, y ni bien reconocí tu voz supe que habías terminado con tu enamorada. Te lo pregunté y me dijiste que sí, pero que no me llamabas por eso, sino que querías hablar conmigo de algo importante, y un largo bla elevado a la n más. A tanta insistencia, porque si te caracterizas por algo es por ser perseverante no siempre en el buen sentido de la palabra, accedí a una conversación en un café. Extrañamente cuando nos sentamos a conversar, te vi un poco cambiado. Te vi diferente, más educado, más ingeniero, más gente. Me alegré de tu mejora y te felicité porque a la larga, eso solo te beneficiaría a ti y a nadie más. Tú te portaste bien, no dijiste nada de más, ni siquiera cuando me contaste de lo mal que se había portado tu enamorada y como ahora estabas más solo que una ostra. Te dije lo único que podría haberte dicho en esa situación: "Sabes que para mí estás muerto, y jamás resucitarás, y si estamos hablando ahora es porque a nadie le afecta una conversación con un personaje de ultratumba, pero que eso te sirva de lección para no dejar de lado a amigos o personas importantes por una relación, porque cuando se pierden las cosas ya se pasó el tren del arrepentimiento y tú ni lo viste" Tú sorprendido, me escuchaste y me dijiste está bien. Se terminó el café y cada uno se fue a su casa, ni más ni menos.

Y ayer, que salgo tarde de clases y me voy a la verbena de mi universidad un rato para relajarme y divertirme un rato, llego y te veo ahí, con Carmen y unos mineros más. Saludo, un par de palabras y me voy a bailar. Lo curioso es que nuestra interacción en toda la noche fue un baile, un pásame el vaso y un a qué hora se van. Cuando ya era hora de irme, pregunto quién salía también. Para mi mala fortuna nadie tenía planeado despegarse de la orquesta, salvo tú, que también te ibas porque tenías que trabajar. Esos son los momentos donde enerva ser mujer (así como cuando quiero ir al estadio a ver a mi equipo y ninguno de mis amigos puede y yo me tengo que quedar en mi casa lamentándome el no ser hombre para cruzar con frescura Matute e ir a alentar), porque la salida de la verbena era peligrosa y aunque andar contigo era un peligro, el riesgo de ser asaltada en el puente que debía cruzar lo era aún más, así es que no tuve más opción que aceptar que me acompañes a mi casa. En fin, la tuya quedaba cerca.

Tomamos el taxi. Ya conociendo tus reacciones impulsivas y tus tonterías, me pego a la otra puerta porque a lo mejor se te cruzan los chicotes y algo dices o haces. Todo bien, conversamos tranquilos de Carmencita y su próximo cumpleaños y ya pronto llegamos a mi casa. Bajas, bajo y saco mi llave. Y es ahí como rememorando tu información genética, regesionando a los antepasados de lo que hoy se conoce como hombre cuerdo, te disfrazas por un momento de un troglodita. Pienso que solo te faltaron las pieles y el cabello largo para completar el cuadro. Me tomas de la mandíbula, utilizando la misma fuerza con la que en las películas el bueno le tuerce el cuello a los soldados malos, y transformas mi intento de despedirme decentemente en un beso-mordida-lesión forzado, doloroso, estúpido. Eso, ignorante del pensamiento XX, no es espontáneo, ni romántico, ni apasionado, ni impulsivo ni producto del momento. Esa maniobra es la consolidación pura de la idiotez. Y lo incrieble es que mientras yo trataba de safarme - no como en las novelas en que primero se ofrece una cuasi-resistencia que al final se transforma en un dame más - sino realmente de safarme, no pude hacer audible mi grito de suéltame porque tus fauces me lo impedían. Hasta que la adrenalina producto de la cólera de esos 3 segundos me dio fuerza para tirarte un puñete en la cara, que fue lo único que pudo hacerte entrar en razón. ¿Qué fue lo que pasó por tu cabeza? ¿Creiste que yo iba a corresponder tu beso bestial, abrazarte y decirte: no puedo seguir lejos de ti? En qué momento de los: no quiero tener nada contigo, tu no existes para mí, no me interesas, jamás volveré contigo o tu bestialidad es lo peor que Dios te ha dado, no fui lo suficientemente clara. No puedo creer que en verdad sigas pensando que las mujeres dicen ternura, pero quieren azotes y besos a la mala. ¿Qué pensabas, Erick, que en verdad iba a suceder?

Luego de largarte y tú de caer en cuenta de la tontería que habías hecho, entro a mi casa. Para mi peor suerte, recuerdo adentro que tú guardaste mi libreta de apuntes en tu mochila. Cosa imprescindible, para mi desgracia. Me llamaste 37 veces, y en la 38 te contesté para decirte: mañana me traes mi libreta, tírala por debajo de la puerta y desaparece luego de eso. Me voy a dormir molesta, porque no hay peor cosa de que te fuercen a algo, que lo que tú digas valga menos que un chancay y que la gente se burle de lo que tú quieres, o no. Fatal, hombres que no saben pensar.

Hoy me voy a la universidad con la certeza de que alguien más que conocía ha sido absorbido por la fuerza cósmica de la vanalidad y en pocas palabras, has muerto para mí. Tranquila voy en mi clases, hasta que mi batería se termina por las 21 llamadas que me haces, sabiendo que estoy en clase y que jamás te voy a contestar. Es que acaso los hombres, llegado un momento, usan un mecanismo bloqueador del sentido común, y no interpretan que si una mujer no les responde al tercer timbrado es que no puede, o por último no quiere hablar con ellos? En que momento de la formación de varones, se les inculca que el que la sigue la consigue? Cuándo fue que perdieron la capacidad de interpretar un no como NO, y no como lo que les venga en gana? Ya fastidiada, esperando que hayas dejado mi libreta por debajo de mi puerta y te hayas ido para siempre, salgo de mi clases y me voy a mi casa.

Estoy llegando a mi puerta y escucho mi nombre. Ahí estás, sonriendo como idiota, me das mi libreta y me voy. Tienes la graciosa frescura de preguntarme por qué estoy tan molesta, y solo atinas a sonreir cuando te largo de mi entrada. Te quedas parado afuera de mi reja, en una visión coríntelladista que me encoleriza y entro a mi casa. Cuando al fin ya te has ido, reviso mi libreta porque otra vez mis conexiones con Rosita Chu me dicen que alguna tontería has escrito. Efectivamente, me pones garabatos indescifrables y lo peor, tres hojas de corazones atravesados por una flecha. Los veo y no puedo dejar de recordar la época de Servando y Florentino y me asusto de pensar que tu edad mental se ha quedado estática en el tiempo. ¿Corazones atravesados? Por favor!! Luego de eso llamas 19 veces a mi celular, y 5 veces a mi casa, hasta que mi papá de la forma más notoria posible te hace entender que me fui al Tibet a visitar fallidamente al Dalai Lama y que probablemente no regrese nunca. Ni aún así te cansas y no paras hasta escribirme un mail.

Ese es el mail que acabo de leer. Yo me pongo a pensar... qué esperaba encontrar cuando vi que me habías escrito. Una disculpa, pensé. Un arrepentimiento, imaginé. Pero no. Empiezas diciendo el floro más alucinado que podrías dar. Me hablas de la naturaleza, del desierto, de los insitintos y de cómo éstos en los leones ayudan a su supervivencia, de cómo ellos se mueven por ese impulso genético y que la vida en la selva es difícil. Yo, interpreto que has alucinado muy feo con algún capítulo de la Nathional Geographic, me sorprendo cómo te comparas con los leones (¿?) y que ayer tú también seguiste tus instintos. Que no te arrepientes porque sino después te habrías preguntado que hubiera pasado si no lo hubieras hecho. Yo intepreto que te has querido sacar el clavo y que poco o nada te importó el puñete que te di. Luego dices que ayer compatibilizamos tanto, acompañados de la orquesta, que nos imaginaste a los dos y recordaste los tiempos en los que éramos felices juntos. Yo interpreto que tienes algún grado de daño cerebral porque si para ti compatibilizar tanto es que estés parado a un metro mío, sin hablarte, y si para ti el tiempo que fuimos felices son 3 semanas insufribles, entonces no hablamos el mismo idioma. Y para terminar, me dices que ojalá se me pase pronto y ya no te de la mirada de "eres un niño malcriado" y un de estos días conversaremos sobre la vida. Yo interpreto que eres un payaso, que cree que esto es un episodio de asma que pronto se me va a pasar y que confunde una mirada de eres malcriado con una mirada de "desvanécete de la atmósfera en la que yo habito". Y si de verdad piensas que claro, uno de estos días te voy a dar una llamada para ir a tomar un trago conversando de la vida, mientras espero pacientemente a que te de un ataque de estupidez de nuevo y me quiebres y lastimes la mandíbula en tu intento de agredirme (lo que para ti es besarme), entonces pienso que el mercurio que utilizas para diluir el mineral en la mina se ha filtrado peligrosamente en tu masa encefálica y no te está permitiendo usar el lóbulo temporal adecuadamente.

Te recomiendo, minero, que te consigas una muñeca. Descarga con ella tus instintos tanáticos, deja que pasen los años y la naturaleza haga su trabajo y cuando por fin tu psique haya madurado lo suficiente y hayas entendido cómo funciona este mundo y cómo funcionan las mujeres, te busques una mujer que te soporte. Pero una con una boca muy muy grande.

Supayniyux

15 may 2008

N.N


"De nuevo su madre apareció sonriéndole, llevándole a jugar por un parque lleno de animales, hace ya mucho tiempo pasado y él, a su corta edad, ya podía decir que todo tiempo pasado fue mejor"

Martín Roldán - Generación Cochebomba

Seguro no pensabas terminar aquí, pitufito. Te toco los cabellos revoloteados, llorando bajito porque si lo hago más fuerte mi profesor se molestará, y hoy realmente ya no quiero escuchar a nadie más. Verás, en este sitio he visto todo lo claro y oscuro de esta ciudad, las miserias que nadie más ve en el final de los días, pero nada te prepara para recibir esto. Nada.

Seguro que pensaste seguir jugando como ayer, después del colegio. Tu papá ya te había castigado por eso, estoy segura. Mínimo 3 soles a la casa todos los días, y sino mejor no llegar porque a esa hora no estaba tu mamá para defenderte - ella nunca estaba porque lavaba ropa rompiéndose entera para que todos tengan algo que comer- y ciertamente tu hermano menor, que también debía traer lo mismo a la casa, poco podía hacer por ti. Me pongo a pensar cuántas veces llegaste con menos de lo que tu papá, empoltronado en el mueble viejísimo frente a la tele en blanco y negro, tomando un trago barato, esperaba. Cuando llegaste descubrí que tenías muchas fracturas antiguas, así que imagino que no cumpliste varios días y tuviste que pagar muy caro las consecuencias. Felizmente eso ya pasó, pitufito, porque tu papá jamás te volverá a tocar.

Me pregunto para qué están los niños en este mundo. Una vez un profesor me dijo que estaban para crecer, para jugar y cuando ya eran más grandecitos, para estudiar. Esa debía ser toda su vida, y tú ayer, saliendo del cole en ese arenal, pensaste justamente que la vida es también reir. Tus amiguitos de 2do grado, todos pitufitos, todos en el arenal, jugaron con todo lo que se pudieron haber imaginado. Tú seguro saltabas, chivateando, sonriendo, viviendo por un momento como un verdadero niño de 7 años. Y tan encantado estabas, que no te diste cuenta que ya muchas horas habían pasado. El hambre aprieta, es cierto, y los caramelos que tenías que vender eran lo único a la mano y comiste varios. Entonces sentiste terror - pienso cómo un niño de tu tamaño, ahora que estás cerca a mí, puede sentir terror - porque no podías llegar a casa sin los 3 soles para tu papá. Y de un brinco saltaste al primer carro que encontraste para ofrecer, a quien pudiera ayudarte, un caramelo de limón.

¿Será cierto que los niños son incansables? Quizás dotados de una energía que rebasa cualquier esfuerzo, de una vida que abruma cuando aflora en tanta cuantía. Pero tú, como todo ser humano, chiquito, estabas cansado de tanto jugar, y no tuviste mejor idea que sentarte un ratito en el asiento del fondo, luego de no vender ningún caramelo, para dormir un ratito antes de llegar a casa. Te despertó el cobrador, en el último paradero muy lejos de tu casa. Ya era de noche, sin luna como casi siempre en esos días que andabas hasta tarde tratando de vender algo, solito, subiendo y bajando en un trajín que te quitaba de a poquitos la vida y la alegría de ser niño. Tuviste que subir a otro carro para retornar a casa, y cuando bajaste, y caminaste hacia la puerta despintada y vieja, temblaste como corderito camino al matadero.

Tu papá te abrió. De un puñete te tiró al piso por haber llegado tarde. Tú no dijiste nada - ya ahora sé que nunca decías nada, estabas siempre asustado - y trataste de explicarle lo que había ocurrido. Cuando mencionaste que no habías vendido, se transformó. Seguro viste esa mirada de diablo, cuando los ojos se le desorbitaban y se encendían, y parecía el mismísimo satanás, tan grande, tan fuerte, tan malo, y tan dispuesto a herirte. Tu papá sacó la bolsa de caramelos: llegas tarde, no traes dinero y encima te has comido la mercancía. Tú ya sabías lo que iba a suceder, pero mientras tu papá te pegaba - cuando llegaste aquí, supe que habían sido patadas a diestra y siniestra - llorabas bajito, así como yo estoy llorando ahorita cuando te veo. Cuando se cansó, y quiso volver a su sillón para seguir tomando te mandó a tu cuarto sin comer, por haberte portado mal. Tú fuiste, adolorido y en silencio, preguntándote si Dios en verdad era tan bueno con todos como cada lunes decía la profesora de religión.

Tu mamá llegó a media noche y fue a verte. Estabas llorando, y te quejabas mucho porque te dolía la barriga. "Déjalo, es un niño malcriado". Ahora que lo escucho, recuerdo mis clases de medicina legal cuando nos enseñaban sobre los niños maltratados y nos decían que sus padres les decían niños malcriados, que por eso merecían ser castigados. Tu mamá supo que algo no estaba bien porque llorabas mucho, más que las otras veces y te retorcías de dolor, pero tu papá pensó que solo hacías una pataleta porque tenías hambre pero como no habías traído nada a la casa, no merecías comer. Y ella no pudo hacer nada, porque cuando quiso cargarte para llevarte a la posta, tu papá la tumbó de una patada y le cayó una de padre y señor mío por desobedecerlo. Solo le quedó llorar bajito, como todos los que lloramos bajito cuando se nos hiela y desangra el corazón, abrazarte y decirte que mañana ya ibas a estar bien.

Ya hoy en la mañana, cuando tu madre se iba a trabajar y te despertaba a ti y a tu hermano para ir al colegio - tu papá dormía hasta medio día, siempre descansando, siempre tomando - ella fue a verte, y cuando te habló y tú estabas pálido, desorientado, semidormido y hablando cosas extrañas, ella se dio cuenta de que estabas muy mal. Sin importarle si después terminaba tirada en el suelo por más golpes, te cargó y corriendo te llevó a la posta, a 10 cuadras de tu casa. Iba rápido, totalmente asustada, arrepentida en el alma de no haber desoído a tu papá en la noche y contra todo haberte llevado donde alguien que pudiera ayudarte. Sentía eso que sienten las madres, inmersa en todo ese legado genético acumulado en los miles de años de evolución, ese deseo imperioso de proteger a quien ha salido de ti cuando su vida peligra, esa sensación de poder pelear con mil bestias cuando las crías están heridas. Eso, que hace a una mujer ser madre. Te hablaba pero tú no respondías, solo balbuceabas cosas en sabe Dios qué idioma. Sabe Dios qué estarías pensando en ese momento, pitufito, qué estarías sintiendo y cuánta vida se te estaba escapando en cada segundo. Tu madre llegó sin aliento a la posta, te dejó en la camilla y el médico, con la sola expresión petrificada de su rostro dijo más de lo que cualquier frase podría haber dicho. "Señora, lleve a su hijo inmediatamente al hospital porque está en shock y se nos va a morir" Estabas ahí sin moverte, de color papel, con los ojos entreabiertos y latiendo tu corazón tan rápido y fuerte que parecía que iba a estallar. Tu mamá tomó un taxi, hablándote en el oído, queriendo ser Dios o la Virgen para darte el aliento que poco a poco se te escapaba del cuerpo. Pensaba ella en todo, desde el momento que naciste, tiempo antes de lo que esperaban, y cómo le diste sentido a su vida miserable. Cómo tú y tu hermano eran la única razón por la cual ella seguía en este mundo, soportando todo por ustedes y peleando contra la vida por ustedes. Por eso, cuando llegó al hospital contigo en brazos, y en emergencia la enfermera la miró con esa cara de compasión con que se mira a quien ha perdido algo preciado en la vida, tu madre se sintió morir. El "es demasiado tarde señora" no llegó a su cabeza, sino que escuchó esas palabras como algo muy lejano que sonaba en un hecho extraño que sucedía muy lejos de donde estaba su mente y corazón. El verte ahí pitufito, sin vida, sin color, sin sonrisa, y sin saber por qué la habías dejado le quitó más de la mitad de su existencia. Y es así como llegaste a mí.

Te recibí en la tarde, cuando te trajo el policía en una de esas bolsas negras motivo de llantos para tantos, y motivo de trabajo para nosotros. Te dejaron en una mesa, nadie me explicó nada, era todavía desconocido el por qué ya estabas muerto. Verás, pitufito - el documento policial me dice cuál es tu nombre, pero prefiero llamarte así, para no estar tan triste - aún cuando la gente es callada para siempre, arrancada de este mundo y despojada de la vida, nosotros, aquí en la morgue podemos recoger lo último que ustedes quisieron decir. Podemos descifrar el motivo de las cosas, y por último, podemos ayudar a la justicia. Entonces, cuando llegaste, con los ojitos cerrados, decidí que tu muerte no podía quedar sin explicación.

Lentamente, con el profesor, hicimos todo el examen. Nunca es fácil hacer una necropsia, y mucho menos a un niño, pero paso a paso y acuciosamente tratamos de encontrar la causa de tu partida. Y es ahí, que al ver dentro de ti, descubrimos qué había sucedido. ¡Qué ira me invadió pitufito! ¡Qué dolor y rabia, cuando vimos que tenías una gran rotura hepática, producto de un traumatismo tan grave que más de la mitad de tu sangre se escapó por ahí! Todo estaba encharcado de un rojo tan triste, que me hizo pensar cuánto dolor debes haber sentido cuando se rompió tu hígado en una de las patadas que tu papá te dio. Y luego, como llorabas en la noche por la hemorragia interna que en cada sístole iba llenando más tu abdomen de sangre y mientras salía de tus arterias, era como ir perdiendo poco a poco la vida, y te hacía retorcerte, hasta que perdiste tanta que ya tu cuerpecito no pudo aguantar, y tu cerebro empezó a sufrir estando confuso, mientras que tu corazón trataba de compensar lo que horas después fue incompensable. Una muerte tan lenta, pitufito, tan dolorosa, tan prevenible. Si tan solo luego del golpe te hubieran llevado a la posta, te habrían operado y hoy no estarías en mis manos, cerrándote el pecho con un hilo de costura para entregarte a tu madre. Si tan solo alguien hubiera estado ahí para ti.

¡Qué difíciles cosas he pasado pasado al estudiar medicina... pero nada como esto! Me quiebro al ver estas cosas, esperando pronto que mi rotación por medicina legal aquí termine. He estudiado estos 6 años duro y parejo, para poder salvar vidas, poniendo en práctica los mil libros que lei para cuando llegue un paciente, en algún lugar de mi conciencia, tenga la solución a su problema y poderle devolver lo más importante en este mundo, la salud. Pero al ver pitufitos como tú, siento que nada puedo hacer. Me invade una tristeza de muerte, un dolor profundo que solo se mitiga levemente al saber que los culpables sí pagan. Tu madre llegará en cualquier momento a recoger tu cuerpo y le diremos la causa de tu muerte. La policía ha ido a buscar a tu padre. Y por momentos quisiera ser hombre, para causarle tanto o más dolor del que te ha causado, y verlo llorar mientras sufre al entender que ha pasado, pero eso no sucederá. Ya no quiero pensar en eso, pitufito. No sé qué pasará con él, ni con tu mamá ni con tu hermano - ruego a Dios que no corra la misma suerte que tú - ni si la justicia en verdad existe en un país tan sombrío como este. Seguro que en los días que me quedan aquí seguiré viendo las miserias y penas de cada día. Solo me consuela saber que estás libre, pitufito N.N, del trabajo, de la violencia, de la tristeza. Ya nadie te podrá herir en donde has ido y no volverás a preocuparte de nada. Y ahí en el cielo al lado de Dios - sí era verdad lo que decía tu maestra - jugarás como en el arenal, saltando, chivateando, riendo y siendo ya, sin remordimientos ni penas ni lágrimas, verdaderamente feliz.

Supayniyux

Basado en un hecho real