
Martín Roldán - Generación Cochebomba
Seguro no pensabas terminar aquí, pitufito. Te toco los cabellos revoloteados, llorando bajito porque si lo hago más fuerte mi profesor se molestará, y hoy realmente ya no quiero escuchar a nadie más. Verás, en este sitio he visto todo lo claro y oscuro de esta ciudad, las miserias que nadie más ve en el final de los días, pero nada te prepara para recibir esto. Nada.
Seguro que pensaste seguir jugando como ayer, después del colegio. Tu papá ya te había castigado por eso, estoy segura. Mínimo 3 soles a la casa todos los días, y sino mejor no llegar porque a esa hora no estaba tu mamá para defenderte - ella nunca estaba porque lavaba ropa rompiéndose entera para que todos tengan algo que comer- y ciertamente tu hermano menor, que también debía traer lo mismo a la casa, poco podía hacer por ti. Me pongo a pensar cuántas veces llegaste con menos de lo que tu papá, empoltronado en el mueble viejísimo frente a la tele en blanco y negro, tomando un trago barato, esperaba. Cuando llegaste descubrí que tenías muchas fracturas antiguas, así que imagino que no cumpliste varios días y tuviste que pagar muy caro las consecuencias. Felizmente eso ya pasó, pitufito, porque tu papá jamás te volverá a tocar.
Me pregunto para qué están los niños en este mundo. Una vez un profesor me dijo que estaban para crecer, para jugar y cuando ya eran más grandecitos, para estudiar. Esa debía ser toda su vida, y tú ayer, saliendo del cole en ese arenal, pensaste justamente que la vida es también reir. Tus amiguitos de 2do grado, todos pitufitos, todos en el arenal, jugaron con todo lo que se pudieron haber imaginado. Tú seguro saltabas, chivateando, sonriendo, viviendo por un momento como un verdadero niño de 7 años. Y tan encantado estabas, que no te diste cuenta que ya muchas horas habían pasado. El hambre aprieta, es cierto, y los caramelos que tenías que vender eran lo único a la mano y comiste varios. Entonces sentiste terror - pienso cómo un niño de tu tamaño, ahora que estás cerca a mí, puede sentir terror - porque no podías llegar a casa sin los 3 soles para tu papá. Y de un brinco saltaste al primer carro que encontraste para ofrecer, a quien pudiera ayudarte, un caramelo de limón.
¿Será cierto que los niños son incansables? Quizás dotados de una energía que rebasa cualquier esfuerzo, de una vida que abruma cuando aflora en tanta cuantía. Pero tú, como todo ser humano, chiquito, estabas cansado de tanto jugar, y no tuviste mejor idea que sentarte un ratito en el asiento del fondo, luego de no vender ningún caramelo, para dormir un ratito antes de llegar a casa. Te despertó el cobrador, en el último paradero muy lejos de tu casa. Ya era de noche, sin luna como casi siempre en esos días que andabas hasta tarde tratando de vender algo, solito, subiendo y bajando en un trajín que te quitaba de a poquitos la vida y la alegría de ser niño. Tuviste que subir a otro carro para retornar a casa, y cuando bajaste, y caminaste hacia la puerta despintada y vieja, temblaste como corderito camino al matadero.
Tu papá te abrió. De un puñete te tiró al piso por haber llegado tarde. Tú no dijiste nada - ya ahora sé que nunca decías nada, estabas siempre asustado - y trataste de explicarle lo que había ocurrido. Cuando mencionaste que no habías vendido, se transformó. Seguro viste esa mirada de diablo, cuando los ojos se le desorbitaban y se encendían, y parecía el mismísimo satanás, tan grande, tan fuerte, tan malo, y tan dispuesto a herirte. Tu papá sacó la bolsa de caramelos: llegas tarde, no traes dinero y encima te has comido la mercancía. Tú ya sabías lo que iba a suceder, pero mientras tu papá te pegaba - cuando llegaste aquí, supe que habían sido patadas a diestra y siniestra - llorabas bajito, así como yo estoy llorando ahorita cuando te veo. Cuando se cansó, y quiso volver a su sillón para seguir tomando te mandó a tu cuarto sin comer, por haberte portado mal. Tú fuiste, adolorido y en silencio, preguntándote si Dios en verdad era tan bueno con todos como cada lunes decía la profesora de religión.
Tu mamá llegó a media noche y fue a verte. Estabas llorando, y te quejabas mucho porque te dolía la barriga. "Déjalo, es un niño malcriado". Ahora que lo escucho, recuerdo mis clases de medicina legal cuando nos enseñaban sobre los niños maltratados y nos decían que sus padres les decían niños malcriados, que por eso merecían ser castigados. Tu mamá supo que algo no estaba bien porque llorabas mucho, más que las otras veces y te retorcías de dolor, pero tu papá pensó que solo hacías una pataleta porque tenías hambre pero como no habías traído nada a la casa, no merecías comer. Y ella no pudo hacer nada, porque cuando quiso cargarte para llevarte a la posta, tu papá la tumbó de una patada y le cayó una de padre y señor mío por desobedecerlo. Solo le quedó llorar bajito, como todos los que lloramos bajito cuando se nos hiela y desangra el corazón, abrazarte y decirte que mañana ya ibas a estar bien.
Ya hoy en la mañana, cuando tu madre se iba a trabajar y te despertaba a ti y a tu hermano para ir al colegio - tu papá dormía hasta medio día, siempre descansando, siempre tomando - ella fue a verte, y cuando te habló y tú estabas pálido, desorientado, semidormido y hablando cosas extrañas, ella se dio cuenta de que estabas muy mal. Sin importarle si después terminaba tirada en el suelo por más golpes, te cargó y corriendo te llevó a la posta, a 10 cuadras de tu casa. Iba rápido, totalmente asustada, arrepentida en el alma de no haber desoído a tu papá en la noche y contra todo haberte llevado donde alguien que pudiera ayudarte. Sentía eso que sienten las madres, inmersa en todo ese legado genético acumulado en los miles de años de evolución, ese deseo imperioso de proteger a quien ha salido de ti cuando su vida peligra, esa sensación de poder pelear con mil bestias cuando las crías están heridas. Eso, que hace a una mujer ser madre. Te hablaba pero tú no respondías, solo balbuceabas cosas en sabe Dios qué idioma. Sabe Dios qué estarías pensando en ese momento, pitufito, qué estarías sintiendo y cuánta vida se te estaba escapando en cada segundo. Tu madre llegó sin aliento a la posta, te dejó en la camilla y el médico, con la sola expresión petrificada de su rostro dijo más de lo que cualquier frase podría haber dicho. "Señora, lleve a su hijo inmediatamente al hospital porque está en shock y se nos va a morir" Estabas ahí sin moverte, de color papel, con los ojos entreabiertos y latiendo tu corazón tan rápido y fuerte que parecía que iba a estallar. Tu mamá tomó un taxi, hablándote en el oído, queriendo ser Dios o la Virgen para darte el aliento que poco a poco se te escapaba del cuerpo. Pensaba ella en todo, desde el momento que naciste, tiempo antes de lo que esperaban, y cómo le diste sentido a su vida miserable. Cómo tú y tu hermano eran la única razón por la cual ella seguía en este mundo, soportando todo por ustedes y peleando contra la vida por ustedes. Por eso, cuando llegó al hospital contigo en brazos, y en emergencia la enfermera la miró con esa cara de compasión con que se mira a quien ha perdido algo preciado en la vida, tu madre se sintió morir. El "es demasiado tarde señora" no llegó a su cabeza, sino que escuchó esas palabras como algo muy lejano que sonaba en un hecho extraño que sucedía muy lejos de donde estaba su mente y corazón. El verte ahí pitufito, sin vida, sin color, sin sonrisa, y sin saber por qué la habías dejado le quitó más de la mitad de su existencia. Y es así como llegaste a mí.
Te recibí en la tarde, cuando te trajo el policía en una de esas bolsas negras motivo de llantos para tantos, y motivo de trabajo para nosotros. Te dejaron en una mesa, nadie me explicó nada, era todavía desconocido el por qué ya estabas muerto. Verás, pitufito - el documento policial me dice cuál es tu nombre, pero prefiero llamarte así, para no estar tan triste - aún cuando la gente es callada para siempre, arrancada de este mundo y despojada de la vida, nosotros, aquí en la morgue podemos recoger lo último que ustedes quisieron decir. Podemos descifrar el motivo de las cosas, y por último, podemos ayudar a la justicia. Entonces, cuando llegaste, con los ojitos cerrados, decidí que tu muerte no podía quedar sin explicación.
Lentamente, con el profesor, hicimos todo el examen. Nunca es fácil hacer una necropsia, y mucho menos a un niño, pero paso a paso y acuciosamente tratamos de encontrar la causa de tu partida. Y es ahí, que al ver dentro de ti, descubrimos qué había sucedido. ¡Qué ira me invadió pitufito! ¡Qué dolor y rabia, cuando vimos que tenías una gran rotura hepática, producto de un traumatismo tan grave que más de la mitad de tu sangre se escapó por ahí! Todo estaba encharcado de un rojo tan triste, que me hizo pensar cuánto dolor debes haber sentido cuando se rompió tu hígado en una de las patadas que tu papá te dio. Y luego, como llorabas en la noche por la hemorragia interna que en cada sístole iba llenando más tu abdomen de sangre y mientras salía de tus arterias, era como ir perdiendo poco a poco la vida, y te hacía retorcerte, hasta que perdiste tanta que ya tu cuerpecito no pudo aguantar, y tu cerebro empezó a sufrir estando confuso, mientras que tu corazón trataba de compensar lo que horas después fue incompensable. Una muerte tan lenta, pitufito, tan dolorosa, tan prevenible. Si tan solo luego del golpe te hubieran llevado a la posta, te habrían operado y hoy no estarías en mis manos, cerrándote el pecho con un hilo de costura para entregarte a tu madre. Si tan solo alguien hubiera estado ahí para ti.
¡Qué difíciles cosas he pasado pasado al estudiar medicina... pero nada como esto! Me quiebro al ver estas cosas, esperando pronto que mi rotación por medicina legal aquí termine. He estudiado estos 6 años duro y parejo, para poder salvar vidas, poniendo en práctica los mil libros que lei para cuando llegue un paciente, en algún lugar de mi conciencia, tenga la solución a su problema y poderle devolver lo más importante en este mundo, la salud. Pero al ver pitufitos como tú, siento que nada puedo hacer. Me invade una tristeza de muerte, un dolor profundo que solo se mitiga levemente al saber que los culpables sí pagan. Tu madre llegará en cualquier momento a recoger tu cuerpo y le diremos la causa de tu muerte. La policía ha ido a buscar a tu padre. Y por momentos quisiera ser hombre, para causarle tanto o más dolor del que te ha causado, y verlo llorar mientras sufre al entender que ha pasado, pero eso no sucederá. Ya no quiero pensar en eso, pitufito. No sé qué pasará con él, ni con tu mamá ni con tu hermano - ruego a Dios que no corra la misma suerte que tú - ni si la justicia en verdad existe en un país tan sombrío como este. Seguro que en los días que me quedan aquí seguiré viendo las miserias y penas de cada día. Solo me consuela saber que estás libre, pitufito N.N, del trabajo, de la violencia, de la tristeza. Ya nadie te podrá herir en donde has ido y no volverás a preocuparte de nada. Y ahí en el cielo al lado de Dios - sí era verdad lo que decía tu maestra - jugarás como en el arenal, saltando, chivateando, riendo y siendo ya, sin remordimientos ni penas ni lágrimas, verdaderamente feliz.
Supayniyux
Basado en un hecho real
1 comentario:
el país de las maravillas, donde los niños no logran jugar a ser niños.
Bendita orfandad de dos monedas..
Publicar un comentario