31 dic 2007

Sueño de una noche de verano

"Y esta débil y humilde ficción
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño;
amables espectadores, no nos reprendáis;
si nos perdonáis, nos enmendaremos"
William Shackespeare
.
10pm. Tendida sobre este cuero suave y liso que se queja débilmente cada vez que cambio de posición, me siento adormecida. Estoy echada en el mueble nuevo desde hace muchos minutos, más de los que he podido contar, con las luces de la sala apagadas salvo las parpadeantes del árbol de Navidad, y tengo en una mano una copa de buen vino y en la otra, mechones de cabello que ondulo cuando caen en mi frente. Para ser el último día del año, creo que está bien pensar tanto. Todos se han ido: los señores de la casa han decidido pasar las 12 en una fiesta del Club de la Marina; mi hermano se va con una eventual bandida a la casa de algún amigo a recibir el Año Nuevo y yo... yo me he quedado con el vino, las luces que bailan alrededor del gigantezco arbolito cantando en silencio - porque he apagado su atormentadora musiquita navideña - y la voz espléndida de Toña, la Negra, que me ha cantado varias piezas y ahora, mientras termino mi copa y me vuelvo a acomodar mirando el jardín en tinieblas, me dice:

"Voy por la vereda tropical
la noche plena de quitud
con su perfume de humedad"

Me dejo envolver por ese compás, cierro los ojos y sonrío: he decidido pasar el Año Nuevo sola. Luego de pasar un año entero acompañada por el mundo, una noche a solas es más que conveniente. Por eso, dejo la copa en la alfombra, con el control remoto ordeno a la Toña a cantarme más alto y vuelvo a cerrar los ojos, esta vez no para pensar sino para dormir.

Estoy pues, entrando al mundo onírico, ya viendo a Toña que me canta en algún bar de los años gloriosos del bolero, todos vestidos de fiesta y fumando un habano, cuando se escucha un estridor en el salón del bar. Tardo segundos en deshacerme de tan melodioso sueño y darme cuenta que en realidad, están tocando el timbre de mi casa. Todavía con el humo de los habanos en mi retina, me levanto del mueble y pateo sin darme cuenta la copa. Abro y eres tú. Sí, tú. "Ponte tus sandalias, que descalza no te llevo a la playa" No has terminado de decir eso, y ya has entrado, levantado la copa en el piso que por suerte no se rompió, has apagado las luces del árbol de navidad, has tomado mis sandalias en tu mano derecha y las llaves de mi casa en la izquierda, suavemente me empujas hasta la puerta porque de la sorpresa de tu presencia casi no me puedo mover y ahí, bajo el marco, en la oscuridad total, me miras y como siempre, me das a entender la situación sin necesidad de palabras porque es sabido que las personas que se quieren pero no pueden estar juntas, desarrollan una forma de comunicación casi telepática que no necesita más para expresarse. Entonces, yo entiendo por qué estás ahora aquí. Las cosas en realidad, no han cambiado. Tú y yo no vamos a estar juntos, y menos ahora porque tú buscas rosas, pero yo soy orquídea, y ni tú vas a aceptar algo que no buscas ni yo me convertiré en algo que no soy, así que prácticamente seguimos dando vueltas. Pero hoy, es una excepción. Hoy será como un sueño. Nada más preciso, un sueño. Así como minutos antes Toña, la Negra, me cantaba vestida de fiesta, así será lo que suceda hoy al recibir un año más. Todo será posible y nada doldrá luego porque en los sueños, se viven cosas buenas y cosas malas, pero todo es un recuerdo luego de despertar, así que la mente vuela y se desenmascara. Habiéndote entendido entonces, salimos de mi casa.

Subo a tu auto después de mucho tiempo. Nada ha cambiado, tiene el mismo olor, y para mi beneficio, la misma música. "¿A dónde vamos?" pregunto, aunque la coincidencia de la vereda tropical que me sigue me lo revela:

"Es la brisa que viene del mar,
se oye el rumor de una canción
canción de amor y de piedad"

Vamos, pues, al mar. Y si no me equivoco, piensas cumplir una promesa. ¿Vas a cumplir tu promesa ahora? ¿Me llevarás a pescar? Tú sonríes y me dices: "Sueña" y no sé si tomarlo en sentido irónico o no, pero lo doy por hecho y preparo mi mente para seguir en este sueño de una noche de verano. Te miro mientras manejas hacia el sur, miro tus manos, tu cabello lacio y revoloteado que ha crecido en todo este tiempo que no te he visto, te miro cantar en voz baja las canciones que tanto te gustan. ¿Estoy perdonada? No lo creo, y no quiero pensar en eso porque me sentiría mal y todo este sueño que estamos construyendo se acabaría antes de tiempo. Entonces me miras cuando nos detenemos en el peaje por un instante, que basta para que en nuestras expresiones intangibles te diga que lo siento mucho y nunca quise hacerte daño, pero no podía avanzar a tu ritmo y construir sin siquiera haber diseñado. "Lo sé" me dices, y sonríes, aunque siempre estarás resentido y no habrá nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

Te veo presuroso, ¿a dónde quieres llegar? Hay algo especial quizás, porque por más espontáneo que seas, piensas las cosas que de verdad quieres y elaboras genialidades, como ese cumpleaños en el que di por perdida la ocasión de bailar contigo en mi fiesta por tu estúpido trabajo que te había llevado a Montevideo. Me llamaste ese mismo día en la mañana de Uruguay, yo triste pero disimulando mi pesar de que estuvieras tan lejos, y me prometiste llamarme de nuevo cuando ya estuviera en la fiesta, mientras yo bailaba una canción para que pudiera bailar con el celular pretendiendo que eras tú. Te prometí que así lo iba a hacer, y por eso cuando luego en la noche me llamaste y preguntaste si estaba ya bailando y te dije que sí, me diijste que con el celular diera vuelta y ahí es que mi rostro chocó con el tuyo. Viniste de tan lejos, una gran sorpresa, algo irrepetible que me dejó boquiabierta y feliz toda la noche. Te agradecí con mil bailes y cien sonrisas el que estuvieras ahí, pero creo que nunca te dije - nunca te dije casi nada - que eso valió mucho. Y ahora, en qué has pensado para este Año Nuevo me pregunto yo. Tú te ríes porque sabes qué es lo que pienso y me dices: "Curiosa, ya llegamos". Efectivamente, sin darme cuenta hemos llegado a la playa. Bajas primero, me ayudas luego a mí y caminamos hacia la orilla. Ahí, sigiloso, nos espera un bote.

¿Alguna vez te preguntaste por qué nunca te besé? Probablemente muchas veces, pienso, aunque estoy segura que no encontraste la respuesta. No es sencillo, lo sé, y si te lo explicara no entenderías, así que te miro y así, mientras tú también me clavas tu pupila, creo que entiendes que no podía exponerte ni exponerme a materializar lo que para mi no era concreto todavía, y aunque suene corintelladista, un beso para mí hace un mundo y sella pactos, algo que todavía no se había acordado. Por eso nunca te besé, y no porque no lo hubiera querido hacer. Verás, soy muy calculadora y analizo todo, muchas veces de más, mucha razón y poco corazón. Te aseguro que eso me duele más a mí que ti - frase cliché pero cierta - pero ahora que ya lo has entendido un poco, tomo la mano que me brindaste para ayudarme a subir en el pequeño bote, y nos adentramos al vasto mar.

Nunca he estado en el mar rodeada de oscuridad. El bote avanza suavemente, y hay un silencio extraño: se escucha el bullicio de la playa, los acampantes, algunos cohetecillos, mujeres gritando ebrias de tanto ron, perros ladrando, pero en realidad, no se escucha nada. Es como si nosotros, encima de ese mar negro, estuviéramos separados del mundo, inmunizados de todo lo que pueda venir de tierra firme, y en nuestro pequeño espacio, con algunos murmullos y chapoteos del agua, hay un silencio total. Has remado por un buen tiempo y yo de tanto mirarte, no he caído en cuenta de las cosas que viajan con nosotros en este, nuestro sueño. A tientas puedo reconocerlas porque el cielo petróleo sin estrellas me impiden ver con claridad. Solo siento un libro, una vela, una manta, y un pequeño radio. Luego de eso, te detienes y dices: "Ya llegamos"...

8 dic 2007

Historia de un amor

Alianza Lima, más que un simple equipo de fútbol, encarna memorias de triunfos y decepciones, elementos que conforman nuestras realidades sociales diarias. Es la representación de muchas esperanzas populares y por eso la tragedia que experimentó aún vive en la memoria de todos, sean o no peruanos. Su condición popular, nacida de la entraña misma del barrio, lo hizo inmortal en esos espacios especiales de nuestra intimidad.

Rubén Blades

Hoy, 08 de diciembre del 2007, cuando se cumplen 20 años de un hecho que marcó la vida y pasión no solo de la hinchada más grande y leal como es la aliancista, sino que dejó huella en el Perú entero, quiero escribir sobre esta mi pasión. En memoria de ustedes potrillos, generación de deportistas que cayó en el mar de Ventanilla y dejó un mito y recuerdo imborrable en todos nosotros.

Fui de Alianza Lima desde que nací. Y no porque mi papá me haya enseñado a amar esa camiseta ya que él, para ser sincera, fue el que me inculcó el terror a los estadios y las hinchadas - su hermano salvó de milagro en esa tragedia del Estadio Nacional el 24 de mayo de 1964- así que no tuve la suerte de contar con el auspicio parental. Mi mamá, hincha incipiente de la U, tampoco contribuyó y de solo haber vivido con ellos, jamás hubiera descubierto lo que años después descubrí.

Fue mi hermano mayor, Sandro, quien me mostró lo que era ser hincha. Todavía recuerdo esa noche del 05 de noviembre de 1997, cuando mi hermano entró a la casa como un loco en plena cena, con la cara pintada de azul y blanco, moviendo su bandera por todos lados y gritando Ole le ola la Alianza es lo más grande del fútbol nacional. Se acercó saltando y me cogió de los brazos, emocionado como nadie en este mundo y me dijo: "Chinchosita! Alianza Lima ha campeonado! Ha sacado su libreta electoral!! Después de 18 años, mi Alianza es campeón!!!". Dicho esto, salió de la casa a celebrar con los amigos del barrio, sus fieles compañeros de estadio, cantando y llorando de alegría como todo aliancista luego de ese partido en Talara contra Torino que nos dio el campeonato después de 18 largos años de sequía de títulos. Yo, a mis 11 años, no entendía muy bien esa alegría inmesurable pero de alguna forma sabía que solo un aliancista puede guardar un sentimiento tan grande y sobrecogedor en el corazón, así que ese día también me fui a dormir con una sonrisa porque Alianza Lima era campeón.

También recuerdo las tantas tardes en las que entraba al cuarto de mi hermano, yo chiquitita y él en la universidad, y me ponía a verlo con detenimiento. Miraba sus paredes azul y blanco, los pósters de los potrillos, la banderola en la ventana, y de vez en cuando me aventuraba a abrir su clóset - Sandro, espero que no estés leyendo esto - con serios trucos que mi pequeñez había descubierto, y me quedaba observando los dibujos, las tarjetas y un papel pegado sobre los cajones que decía: Alianza Lima, cada día te quiero más. A veces llegaba Sandro y me decía: Chinchosa! Qué haces en mi cuarto? Ven, siéntate. Y sacaba su cancionero y me enseñaba a cantar: Sur sur sur su su barra es, vamos Alianza Lima corazón (lo estoy escuchando, incluso veo sus manos haciendo ademanes de fuerza) y luego el Eeoee oeee oee oee Alianza!! - hace tres partidos escuché esa canción por primera vez en la tribuna y mis ojos brillaron al acordarme de mi hermano - y pacientemente le explicaba a esa niña de 7 años lo que era querer una camiseta.

Una noche, cuando estaba en primaria, mis hermanos mayores me llevaron con ellos a Ventanilla a dejar a mi papá para hacer un arqueo en la oficina. Mientras esperábamos en el carro, alumbrados solo por las luces naranjas de los postes, mi hermano Sandro me contó de los potrillos. Me dijo que el mar se los había llevado, y me relató la pena y tristeza que sintió el día que dieron la noticia. Mi hermana Patty, la mayor, me decía que en esa época ella tenía 10 años y que también había llorado por los aliancistas que se cayeron al mar. Incluso me contaron que me habían llevado a una de las misas que se hicieron en nombre del equipo perdido - cómo habría de recordarlo si yo solo tenía 1 año! - y mientras relataban la tragedia, yo me imaginaba lo sucedido, miraba al cielo y pensaba que las desgracias en las familias pueden producir dos cosas: la desintegración, o la unión férrea que trasciende el tiempo y las vicisitudes. Esto último es lo que le pasó a la familia aliancista, pensaba yo. Y seguía mirando el cielo, imaginando el sentir de toda esa gente que fue a Ventanilla a despedir al prometedor equipo que había de quedarse en el recuerdo eterno.

Mi hermano se fue a vivir a Huaraz cuando yo tenía 13 años. Nunca pude ir al estadio en todo el tiempo que vivió en mi casa porque me contaba atrocidades de Matute - no sé si porque era verdad o era que no quería llevarme jaja - así que yo crecí pensando que la tribuna era robos, bolsas de "agua" que volaban desde arriba y rochabuses sin parar. Las peleas y palazos de los policías eran las escenas que aparecían en mi mente si escuchaba la palabra estadio, y no imaginaba una mujer dentro de ese mar de gente, que no saliera asaltada o levantada en peso (tardé muchos años en descubrir la realidad), pero eran mis ideas para la época. Si no era mi hermano, mi única puerta para conocer sur y ver al equipo jugar era inexistente, así que no volví a pensar en eso y con Sandro lejos, fui una aliancista común y silvestre.

En el 2003, estando ya en el 2do ciclo de la universidad, fui al concierto de aniversario de radio Panamericana. Por motivos que quizás comente en algún post próximo sobre salsa y sabor, fui sola a ese concierto de 6 horas de buena música en el vértice del Museo de la Nación. Pero el momento más memorable, ese que jamás olvidaré, fue cuando el maestro Rubén Blades - razón por la que fui a la velada - hizo un alto en su presentación. Pidió un silencio, cundió un ambiente de magia y sentimiento y se puso la camiseta aliancista (para júbilo de casi toda la concurrencia y las pifias de unos cuantos). Yo lo miraba embelesada, mientras proyectaba un video en la pantalla de homenaje "a los muchachos de la gran Alianza Lima". Fue un momento memorable, seguido por la maravillosa "Todos vuelven", coreada por todo el público que terminó con un gran y merecido aplauso. Cuando terminó el concierto, el señor que estaba a mi lado y que se había dado cuenta que era aliancista me dijo: Ya ves niña, hasta los grandes son de Alianza Lima.

No volví a pensar en la tribuna hasta fines de diciembre del 2005. Estando en casa de mi enamorado en esos días - gran hincha de Alianza Lima y fiel comprador del Bocón - mientras esperaba a que terminara de cambiarse, en la sala cogí su periódico por primera vez y lei una nota que me conmovió y me hizo sentir orgullosa. El equipo había tenido una de las peores campañas ese año, terminando en la cola de la tabla y un día antes de esa edición, se había jugado el último partido del Clausura. Pero el periodista no escribió acerca de los jugadores, sino que habló sobre la hinchada aliancista y su fidelidad incluso cuando ya no había nada por qué pelear. Decía que el gran Comando Svr estaba molesto por la mala campaña, pero que estaba ahí, bajo la garúa de ese diciembre en las buenas y las malas, esperando que el siguiente año el club se portara mejor y les diera una alegría. Que los blanquiazules se fueron con la cabeza gacha luego de que terminara el partido, pero que era encomiable como cumplieron y se hicieron presentes esa fecha, acompañando al equipo sin condiciones. Y que bien lo decía la canción: "No puede ser blanquiazul aque que no haya llorado, aquel que no haya sufrido". En ese momento, mientras leía se abrían de par en par las puertas que daban a esa parte de mi corazón donde estaban los momentos en los que cantaba con mi hermano Yo tengo fe que Alianza va a ganar, y me transporté a mi sala, los fines de semana de todos los años en los que Sandro llegaba con todos los amigos del parque tristes a mi casa, con la cara pintada, las camisetas puestas luego de una derrota de su equipo, y se ponían a tomar cantando esa canción, mientras yo le preguntaba a mi hermano por qué si su equipo perdía seguía yendo a verlo y él me decía que ser de Alianza es una pasión diferente y aunque gane o pierda, se quiere cada día más y más. Todo eso me hizo recordar un simple recorte periodístico, así que cuando mi enamorado apareció lo primero que hice fue pedirle que me lleve al estadio. Luego de mirarme con cara de extrañeza y asegurarse de que no estaba bromenado, me respondió con un simple: Lo voy a pensar. Durante todo el verano del 2006 le insistí, pedí, chantajeé y hasta coaccioné, hasta que un recordado 25 de febrero me llevó por primera vez a Matute.

Ese día se jugaba la 4ta fecha del apertura, y Alianza era local frente a Cienciano del Cusco. Yo no tenía camiseta, así que Augusto me prestó la suya - edición del Centenario autografiada - y partimos en su carro rumbo al estadio. Las entradas lógicamente eran a occidente, así que llegamos al estacionamiento y entramos. Fue un instante mágico. Sé que los no aficionados al fútbol o algún equipo probablemente no entiendan las palabras que aquí escribo, pero no puedo dejar de expresarlas. Era una sensación embargante, era sentir los gritos de júbilo de mi hermano y ver en vivo y directo las imágenes emotivas del equipo más grande del Perú. Al cabo de unos minutos, todos en occidente empezaron a aplaudir y yo le pregunté a Augusto: qué pasa? y él me dijo: Está entrando el Comando Svr, mi amor, la mejor barra del Perú. Y vi cómo entraba ese mar de gente, en medio de la algarabía y los cánticos, el bombo y las trompetas y todo el estadio con las palmas: A-lian-za cam-peón!! y se iniciaba la fiesta en sur. Yo anonadada, le preguntaba a Augusto por qué no habíamos ido a la popular y él se reía y me decía que estaba loca, que era imposible pisar esa tribuna y que muy peligroso mi amor, mejor occidente porque aquí estamos más tranquilos. Sentí entonces la misma tristeza que sentía cuando mi hermano me decía que no podía llevarme a sur con él porque era muy chiquita (así hubiera tenido 50 años tampoco me iba a llevar), pero no pensé en eso y me dediqué a disfrutar mi primera visita al estadio. Aplaudí cada buena jugada, maldije a los árbitros - no hablo lisuras pero esa tarde fue el desquite - y escuché con alegría el No me arrepiento de haber venido hasta acá, el Cuando yo me muera quiero que mi cajón y muchas más. Fue una linda tarde, que hasta ese momento no había tenido goles. Casi 5 minutos antes de que acabe el partido la gente de occidente comenzó a salir. Yo no entendía por qué, y cuando Augusto me dijo que era hora de irnos porque ya estaba sentenciado el empate y había que salir antes con el carro para no encontrarse con la barra, yo dije Ah no!!, ni hablar!! Es mi primera vez en el estadio y no me muevo hasta que el árbitro haga sonar el pito. Con qué determinación lo habré dicho que con el rostro desencajado, a él no le quedó de otra que sentarse a esperar a que termine el partido. Y es ahí que en el minuto 94, hay un tiro libre a favor de Alianza Lima. Olcese ejecuta y Galindo la mete en el arco de Cienciano. Gooooooll!!!! Gooooolll!!!! Lo grité hasta quedarme sin aire! Gol de Alianza, mi primer gol en el estadio, mi primera alegría! Todos celebrábamos, yo saltaba y le decía a Augusto: Ya ves!! Valía la pena quedarse hasta el final! Ahí terminó el partido y yo salí saltando enfocada por las cámaras de CMD mientras la afición gritaba: Corazón Alianza Lima, corazón para ganar! Todavía guardo esa entrada de recuerdo en mi billetera, mi primera visita a Matute y el día en que me enamoré de sur.

Han pasado muchos partidos desde esa primera vez, y he vivido muchas penas y alegrías junto al equipo. Ahora voy a sur, pero esa es otra historia. Solo puedo decir que todas las fechas estoy alentando, viviendo en cada partido ese amor por una camiseta, esa que mi hermano me enseñó a querer y que yo misma aprendí a respetar. He descubierto con el tiempo que la hinchada de Alianza Lima es todo lo que decía ese periodista que me conmovió con su artículo, y más. Solo un grupo humano que representa a la mayoría del Perú puede mostrar una fidelidad a una institución más allá de los triunfos y fracasos... Solo una hinchada como la nuestra puede seguir a su equipo a pesar de que no campeonara durante 18 años, y mantenerse intacta en sentimiento y devoción. Rubén Blades tiene razón: Alianza Lima representa triunfos y decepciones, eso que vemos todos los días los peruanos, esa tragedia y dolor vivida diariamente por muchos y ese camino hacia la gloria luego de muchos sufrimientos. Es el compendio del sentir del pueblo, y quizás por eso a pesar del tiempo se mantiene indemne.


El año pasado viví mi primer campeonato, luego de haber seguido al equipo durante cada fin de semana y lloré de emoción esa noche en sur cuando después de tantos años Alianza dio la vuelta en Matute. Eso señores, no tiene precio. Mi hermano Sandro, que desde hace 4 años radica en Holanda, me mandó un correo luego del campeonato de su querido club, emocionado y con una foto adjunta que me hizo recordar esos tiempos en los que vivía en mi casa. Está él y sus dos compinches, amigos fieles de estadio y aliancistas de corazón. Ahora uno está en Estados Unidos, el otro todavía vive en el parque, pero los tres siguen teniendo el corazón pintado de blanco y azul. En julio viajé a Europa con mi familia de vacaciones, y llevé dos camisetas: la mía, porque prometí a un amigo tomarme una foto en cada ciudad del viejo continente como muestra de que la pasión por Alianza trasciende fronteras, y otra para mi hermano, que me pidió de forma especial a penas se enteró que viajábamos por allá e íbamos a pasar por Holanda a visitarlo. Lamentablemente, la maleta donde iba su regalo se perdió y mi hermano se quedó sin prenda. Quise dejarle la mía pero como era de esperarse, le quedaba pero solo a su brazo. Nos despedimos con la promesa de que le iba a mandar una cuando volviera a Lima. Ahora que escribo estas líneas, me acuerdo que no he cumplido con lo pactado. Pero hace unas semanas me escribió contándome que su novia está embarazada así que mi hermano, a sus 40 años, será papá muy pronto. Por eso, he pensado en comprarle una mini-camiseta de Alianza y se la voy a enviar por Navidad. Sé que le va a encantar, y le voy a poner en la tarjeta: "Para el pitufito más esperado de la familia y un pequeño hincha de Alianza Lima a futuro". Mi hermano sonreirá, se acordará cuando me enseñaba a cantar las canciones del equipo y me decía: Alianza Lima ha sacado su libreta electoral chinchosita! Somos campeones!

Te quiero mucho Sandro, a la distancia!

Arriba Alianza Lima hoy, mañana y siempre!!

Supayniyux

5 dic 2007

Luego puedes decirme adiós

En los momentos libres de ataduras, esos sobre sábanas suaves y donde muchas veces tú y yo descansamos sin decir nada, simplemente respirando y averiguando el sabor de nuestra piel, la textura de tu espalda y el aroma de mi cabello... en esos momentos en los que no somos de nadie sino de nosotros mismos que nos hacemos más grandes y profundos al estar juntos, tan diáfanos que quizás nos asuste un poco, porque tú puedes verme sin blusas ni mentiras, casi como Dios me mandó a este mundo en cuerpo y alma, y yo puedo ver lo que no quieres ser pero eres en realidad, sin vestiduras ni prejuicios... ahí, sin tener que dar nada más que la posibilidad de yacer uno al lado de otro para pensar, reir, conversar, escribir y simplemente existir por un momento juntos, estamos viviendo las tardes de algunos días de nuestras vidas.

Mientras tú descansas suavemente y el sol entra encendiendo la línea infinita de tu espalda, que llena tu habitación de una fragancia mezcla de gardenias, cariño y sopor, yo te miro y escucho una canción...

Kiss me each morning for a million years
Hold me each evening by your side
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

Sweeten my coffee with a morning kiss
Soften my dreams with your sighs
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

If you must go, oh no, I won't grieve
If you wait a lifetime before you leave

Then if you must go Mmm, I won't tell you no
Just so that we can say we tried
Tell me you'll love me for a million years
Then if it don't work out
Then if it don't work out
Then you can tell me goodbye

En ese momento pienso que no te pediré que me digas que me amas por un millón de años, pero... quisiera poder decir que lo intentamos.

Supayniyux

12 nov 2007

Para no olvidar

"Ten cuidado con tus sueños; son la sirena de las almas. Ellas cantan, nos llaman, las seguimos y jamás retornamos"
Gustave Flaubert



Las 6:00am. Con la exactitud de un reloj Cecilia ha abierto los ojos y luego de deshacerse lentamente de sus sueños ha recordado que hoy es domingo. La posta médica no abrirá, los pacientes igual la buscarán – gajes del oficio, cuando vives en tu centro de trabajo- y ella como siempre encontrará algún rayito de sombra o gatito de alfombra con quien jugar. Ella, de buena familia, con filias y fobias, que ha ido a parar a los quintos apurados por propia voluntad. Busca amores imposibles y sigue causas perdidas, así que luego de tantos años de medicina y antes de entregarse a la vorágine de la especialización, ella que era tan altiva, tan sensible y tan de nadie, tomó su estetoscopio rosado – sí, ese que adoraba y del cual algún idiota se burló- su diploma de primer puesto, su sello de doctora recién graduada y lo poco que sabía de la vida, para llegar a Malvado con el ímpetu de sus 23 años y transformar al mundo al menos empezando por los rincones olvidados de Dios.

Llegó con dos maletas, una de libros y otra de ropa, luego de caminar desde el paradero lejano donde el bus la dejó. Médico joven - aire nuevo, frescura que envuelve - se instaló en el segundo piso de la posta y resuelta, inició el primer trabajo de su vida. Limpió, transformó y embelleció, no solo ese sitio donde el SERUM la conminaba por un año entero al servicio de los lugares distantes donde la salud era lo último en lo que se pensaba, sino todo Malvado, del cual hizo su transitorio hogar. No fue fácil, y sí que le costó porque convencida, Cecilia dice siempre lo que piensa, y casi nunca piensan como ella, por eso paciente e incansablemente tornó a ese pueblo remoto en un lugar agradable para vivir. Desde que llegó día y noche trabaja, cura, cose y sana, y eso la hace sonreír.

Pero hoy es domingo y hay feria en la plaza. Le encanta salir a caminar en ese calor abrasador, bajo ese sol tanático que detiene el tiempo como en esos pueblos del lejano oeste, donde solo falta que pase una bola de paja arrastrada por el viento para completar el cuadro. Todo Malvado es así el domingo, salvo la plaza, que se llena de mil colores, sabores y sobre todo, aromas. Cecilia adora las frutas, son su sueño, vigilia y adicción, por eso cuando camina despacio entre los puestos - donde se ofrecen mangos de un amarillo tajante, uvas verdes y negras, chirimoyas dulces y suaves y sandías abiertas de rojo pasión- bajo ese calor donde el olor a fruta fresca se eleva y endulza la mente, ella es feliz. Habla con una d
e las vendedoras, que le regala un durazno, el más grande y jugoso porque hace tres días Cecilia atendió el parto de su hija y es así como muestra su gratitud. Sin embargo, la doctora duda. Todas las frutas le encantan, pero el durazno fue en algún momento su gozo y ahora se ha vuelto su veneno y pasión vetada. Lo piensa un segundo, luego toma la fruta, agradece y se va.

Está dando la primera mordida y entre ese sabor dulce que le moja los labios y esa textura suave que le toca la piel, siente que de un tiempo lejano a esta parte ha venido perdido, sin tocarle la puerta un recuerdo entrometido. Sabe que sentimentalmente para remediarlo, nada puede hacer y duele como si le clavaran una laza en el costado. Y entonces lo recuerda, después de tanto tiempo pero con la intensidad intacta. Sonríe, entre tanto se confunde con la gente. Ha visto un espacio bajo un árbol en el lugar más tranquilo de la plaza, se sienta en el pasto protegida por esa sombra fortuita y ha decidido cerrar lo ojos y entre ensueños, recordar, así que si la despierta el mediodía presumido, al menos estará un poco en las alturas. Y muerde el durazno otra vez.

Cecilia recordó cuando dormía bien acompañada, porque a menudo la acompañaba él. Después de conversar sobre la vida, la muerte, el lenguaje y el amor, ella pasaba horas en su cama como Venus en llamas a su lado, a veces harta de estar enamorada, sin su vestido pero con una flor. Cecilia tenía algunas fantasías, y otras fantasías tenía él, por eso a veces cuando estaban juntos ella le cambiaba las suyas por las de él y se hacían realidad entre los dos. Nada había como las noches y despertares a su lado, cuando abrían los ojos uno frente al otro como si en su breve mundo onírico también hubieran estado juntos, y si él tenía hambre ella
buscaba en la despensa y le guisaba unos besos con arroz. Como siempre que se cambian los papeles, cuando era ella la que lo protegía y lo cuidaba, le corregía los escritos y lo resguardaba del dolor, él se quedaba dormido en su cintura que era la parte que más le gustaba, y ella lo arrullaba, incluso luego de esos sábados de bronca y despedida, y cada domingo de reconciliación. Se quedaban horas uno al lado del otro, sin mirarse, hablando sin hablar, y ambos sonreían. Ella era feliz.

Cecilia ha abierto por un momento los ojos. La garúa paradójica que cae en Malvado ha interrumpido su memoria, pero decide ignorarla y los vuelve a cerrar. Entonces, de un tiempo no tan olvidado, ha venido un recuerdo mojado – ella quisiera que fuera de una tarde de lluvia y de su pelo enredado – pero es en realidad de la noche infausta cuando él, mientras le decía cosas al oído, mojó su cabello y con voz entrecortada le dijo que se iba de su lado. Viajaba al otro lado del mundo sin fecha de retorno por el trabajo, y se iba con el alma en siete pedazos, porque ella era su duda desnuda, su mina de seda y aunque al principio solo sabía que no sabía nada de su vida, presentó sus credenciales a su risa y se enamoró. Cecilia, en ese instante en el que escuchaba al único hombre que no la dejó jugar con fuego, decir que se iba, recordó que al inicio sabía que no se iba a quedar con él para siempre, pero que luego de tantas batallas y fracasos junto a él, de tanto amor que recibió y que sin darse cuenta entregó, se enamoró. Pensó en ese instante que esa historia de ambos se convertiría en el nido que el olvido habría de destruir, y sintió un dolor tan lacerante que lloró. Desconsolada, imaginó los días que le faltaban vivir a su lado, las mañanas que aguardaban en ese futuro que parecía tangible para despertarse con la mano de él en su cintura, llevarle los duraznos de primavera que tanto le gustaban y volver a sonreír. Sintió una pena atravesada en el pecho por todos esos días que dejaron en ese momento de ser mañana, y él le dijo que no debían contar el tiempo que les quedaba, ni contar el tiempo que se había ido, porque luego de esas luchas juntos sabían que vivir es un regalo y un presente, y ellos habían vivido felices. Entonces ambos se quedaron juntos, mitad despiertos, mitad dormidos, uno al lado del otro hablando sin hablar, y cerraron con paciencia la grieta que quedaba con los grandes momentos, alegría y dolor.


Cecilia ha vuelto a abrir los ojos. Casi ha sentido la misma tristeza que la hirió el día en que él se fue, poco antes de que ella decidiera ir a Malvado a trabajar. El beso de despedida que no quiso dar por temor a lastimarse y lastimar más de lo debido, el abrazo que guardó bajo siete llaves para siempre, la decisión al cerrar la puerta de llorar un tiempo y luego dejar de sufrir, el vacío en que quedó la casa y el silencio que la abrumó. Es justamente eso lo que la ha despertado. Ha abierto los ojos y ya no hay nadie en la plaza, es hora de almuerzo y todo ha quedado en silencio. Cecilia, que terminó hace horas su durazno, se incorpora, limpia su vestido y va a su casa a almorzar. Come el guiso con arroz que preparó, bebe agua fresca que alivia el sopor de la tarde y con las ventanas abiertas y el sol abrasante iluminando su habitación, decide entregarse al placer de la siesta y dejar de lado el amor.

Ya casi en ese límite entre el sueño y la vigilia, donde todavía puede pensar en lo que quiere soñar, le da la última oportunidad a su mente de recordar porque luego no se lo permitirá, y entonces en esa última respiración narcótica de la memoria, antes de separarse del mundo de la realidad, Cecilia piensa en él y recuerda lo último que le cantó al oído: “Y si un día te encontrare una mañana,será posible, será dormido…será posible, será dormido”


Supayniyux

5 nov 2007

El breve espacio en que no estás

"Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego"
César Vallejo


Mientras estoy soñando con un paseo por campos de tulipanes en el lejano país en el que vive mi hermano mayor, me veo despertar luego de haber recibido un beso en la mejilla. Es mi papá, que llega de un viaje corto a Huaraz. Le pregunto qué hora es y me dice que las 6 de la mañana, qué frío hija, ya no las llamé para que me vengan a recoger porque me dio pena despertarlas tan temprano. Sale de mi cuarto y yo tras de él, para ir a preparar el desayuno con mi mamá que ya había sentido en la cocina. En ese momento, mi papá entra al cuarto de Adriano, que estaba extrañamente abierto porque a los 17 años que tiene y con el carácter de diablo indomable del que se ha dotado, jamás deja su puerta abierta por recelo a nuestra invasión de su mundo personal (llámese privacidad). Entra y ve su cama tendida, no está él. ¿Dónde está tu hermano hija? Mi cara de no sé papá, recién me levanto lo sorprende y siente subir a mi mamá por las escaleras diciéndole nerviosa que no sabe, que ayer salió y no ha llegado y lo ha estado llamando y no constesta. Todos nos quedamos en silencio.

A estas alturas, este relato parece una crónica de la mañana usual en una familia común y silvestre con un hijo varón joven. Desgraciadamente, siendo mi hermano el menor de tres hombres en esta casa, eso jamás ha sucedido. O al menos nunca sin previo aviso. Calmo a mi mamá y le digo que ya va a llegar, me voy a dormir un poco más y me tranquilizo yo misma.

Despierto. Son las 9am. Salgo y lo primero que pregunto es si ha llegado Chispín (así lo llamo desde niño, no le gusta pero yo lo adoro, mi hermano es mi vida) y me dicen que no. Entonces veo a mi madre y me asusto. Esa mujer es de hierro, una fuerza inagotable, casi igual a esos conejtos del comercial de Duracell que dale y dale y no se les acaba la batería. Nunca la había visto llorar, la mujer más centrada, la más inteligente, la mejor. Y ahora esa roca me miraba con los ojos llorosos y ahí me preocupé. Mi madre estaba al borde del colapso porque su hijo menor no llegaba y lo llamaban al celular y no contestaba. Mi papá, el hombre más perspicaz del mundo, la calmaba. Yo puse la cara de aquí no pasa nada mamá, tú sabes como es de bandolero tu hijo, es la muerte, seguro se ha quedado con sus amigos, pero por dentro me invadió el demonio del pánico, del miedo de perder a alguien a quien adoras y eso no me pasa casi nunca.

Yo amo a mi hermano. El me quiere en el fondo, lo sé - obvio que no lo demuestra- pero siempre me pido paciencia por la edad en la que está, por el carácter agresivo y soberbio que ha heredado, por las estúpidas rencillas que nacieron hace mucho tiempo gracias a las odiosas comparaciones (sí, esas que merman la relación de hermanos por culpa casi siempre de los padres), por la diferencia de nuestres personalidades, de motivaciones, de gustos y expresiones. Pero en realidad nada de eso importa, somos hermanos. El no entiende por qué le exijo tanto, porque lo martirizo, por qué es que quiero que sea todo lo bueno que puede ser. Pero sabe que lo quiero, y el muy sonso se aprovecha de eso cuando necesita algo y me trata con cariño. Así me quiere y así nos llevamos bien. Y ahora mi hermano no está y ya lo estoy extrañando!

Pasan los minutos y mi madre está a punto de entrar en crisis. No sabe qué hacer, no sabe a quién llamar, quiere salir a buscarlo a las calles (algo completamente imposible pero bueno, es la desesperación), me pide que revise su correo, dónde está tu hermano hija? El siempre avisa si se va a demorar, pero no conesta. Todos lo llamamos, envío mensajes pero nada. Ya mamá, tranquilízate!! Aquí no hay nada, si no contesta es porque se ha quedado dormido. No dijo ayer que se iba a ver a su chica? Sí hija, pero a cuál de ellas?? No sé mamá, creo que a Shana o algo así, tú sabes que tu hijo tiene cada vedette! De ahí no dijo que se iba a ver a su amigo padrino? Claro, eso dijo, pero igual no llega, dónde estará? No sé mamá, cálmate, ya va a llegar.

En realidad, yo sé qué atormenta a mi mamá. Mi familia, casi casi como una novela de Isabel Allende, tiene muchas historias y desenlaces trágicos, precedentes que hacen temblar cuando una situación similar se atisba y promete tener un final infeliz.

Hace 15 años, en uno de esos almuerzos familiares sabatinos en mi casa, recibimos la llamada de mi tía Carmen, viuda del hermano menor de mi papá. Juanito, por ahí no estará mi Carlitos? Ha salido el jueves y no regresa todavía, he llamado a todos sus amigos pero nadie sabe nada de él. No ha pasado a verte? No Carmencita, aquí estamos con Ida y Oscar almorzando pero no lo hemos visto. Tranquila, debe estar con los amigos tomando por ahí. Mi tía, una mujer muy nerviosa, pidió que si lo veían llamaran a su casa, y mi tío Oscar gritó que Carmen, no vas a ir a buscarlo a la morgue! tranquila mujer, tu hijo tiene 20 años, déjalo que se pierda de vez en cuando.

Domingo. Suena el teléfono y es la tía Carmen de nuevo, que si no saben todavía algo de mi Carlitos? No llega y ya he llamado a todos los que conocía y ya no sé qué hacer y hoy me voy a los hospitales a buscarlo. Mi mamá la acompañó por ser médico y amiga de los jefes de emergencia de los hospitales cercanos. Sé que ella vivió también la angustia, ese demonio de desesperación al que quieres matar por no saber qué es de esa persona a la que buscas. No encontraron nada en ningún sitio y yo vi a mi tía irse de mi casa cuando volvieron, esos ojos de angustia que nunca se borraron.

Lunes. Ha sonado el teléfono y escucho un lloroso Juanito, solo falta buscarlo en la morgue pero no puedo, no soporto. Te pido que vayas tú con Osquítar, y veas si está ahí porque yo me moriría si lo veo, ya quiero morirme ahora de solo pensarlo. Viene mi tío Oscar y mi papá se va con su cuñado a ver si la noticia es tan infausta como se avisora. En la morgue solo hay un NN, hombre joven, atropellado, rasgos faciales imposibles de identificar por arrollamiento. Carmen, quiero que me digas si Carlitos tiene alguna marca, algún tatuaje, algo para saber que es él porque... porque no se le ve bien la cara. Tiene alguna cicatriz? Con voz temblorosa, ya llorando, le dice que sí, que de niño tuvo criptorquídea y lo operaron para descenderle un testículo. Mi papá entra, destapan el cuerpo, no hay cara, no hay piernas, pero felizmente sí cicatriz y se convence de que su sobrino murió. Triste noticia, trágico fin, hecho que caló en todos nosotros, incluso en mí, que a mis 7 años caminaba al lado de mi tía Carmen en el entierro y la veía llorar tanto y sufrir inconsolable que me dio pena y como yo no podía llorar, con saliva me mojé los ojitos y al menos, ella sonrió un poco.

Todo eso, lo recuerda mi mamá. Y claro, está aterrada, sin saber a dónde ir y yo ocultando mi terror para que ella no termine de desmoronarse. Ya mamá, deja de preocuparte. Pero en mi mente un y si a mi hermano le pasó algo? si tuvo un accidente? si le hicieron daño? Dios, tú eres grande, yo lo quiero, que llegue ya, te prometo que no le vamos a gritar, solo un jalón de mechas, y claro, uno que otro correazo por dejarnos al borde del infarto de miedo. Mi papá dice que se va a cortar el cabello a la peluquería, que lo acompañe y así nos calmamos todos. Cada uno con su celular en el bolsillo por si alguien llama, me voy con él a tres cuadras de la casa donde el peluquero, y mi mamá se queda esperando alguna noticia.

Las 11 de la mañana. Mientras veo como los ralos cabellos de mi padre caen al piso, yo leo una de esas revistas de mujeres tratando de distraerme. Mil ideas en la cabeza, ustedes entienden, ya llamará. Suena el celular de mi papá y un dime Mayi... mmm, ya, ya. No llores Mayi, no llores por favor (me siento morir en ese instante) Dónde? Ya ves, ya no te preocupes. Cuándo? Muy bien, ya vamos. Lo miro y el corazón saliéndose del pecho, le pregunto qué dijo y me dice tu hermano es un tonto, ya ves, solo me falta mi cartón para ser chamán, se fue a la casa de su amigo y se puso a tomar, se quedó dormido, con el celular en vibrador, y se despertó porque la muchacha abrió las cortinas y ellos dos casi se quedan ciegos con la luz del día, ya sabía yo, ya sabía! Vio las 54 llamadas perdidas y se dio cuenta que quizás estaban preocupados por él y decidió llamar para decir que estaba vivo, que ya venía. Todo me lo dice mi papá tranquilo y yo solo un ay Adriano, y agacho la cabeza, me tapo los ojos y me pongo a llorar. Lloro bajito, mucho, de cólera y alegría, y mi papá me ve por el espejo y no dice nada. Ya terminó de cortarse el cabello, y salimos rumbo a mi casa, me da un beso y me dice que si ahora entiendo lo que es preocuparse por alguien, cuando no llegamos, cuando rondan las ideas de si estaremos bien, y que ya seré madre y sabré. No es necesario ser madre, hoy supe lo que es angustiarse por un hijo.

Es medio día ya y mi hermano hace su entrada triunfal a mi casa. Estamos cocinando porque hay una parrillada y hay que tener todo listo. Ya sin ánimos para darle un cocacho, mi papá le dice que se pasó, que está castigado por un mes y que jamás en su vida vuelva a desaparecer sin avisar. Mi mamá lo abraza y lo besa como al hijo pródigo, y yo le doy un lapo, mis ojos brillosos, pienso en que es un chusco y cuándo va a aprender, me dice que ya ya, no sea tan dramática como si no hubiera aparecido 5 días, que somos unos trágicos y que bueno, tiene sueño y se va a dormir. Y entonces molesta pero feliz recuerdo al maestro César Vallejo... "Oye, hermano, no tardes en salir. Bueno... Puede inquietarse mamá"


Supayniyux

10 oct 2007

La confesión


En uno de esos días en los que uno siente que el tiempo es ancho y ajeno, y no encuentra mejor cosa que hacer que reorganizar escritorios, estantes y libreros, en esos días en que apelamos a la depuración como recurso mata-tiempo y nos convencemos de que se está haciendo algo útil... un día como hoy, encontré refundido en montañas de papel inservible un cuadernillo verde muy delgado que me llevó casi teletransportada a mi vida colegial. Y me invadió el demonio poderoso de la nostalgia. Era la Recopilación de Trabajos Escritos (título sugerente a antología de grandes obras jaja) que muy acertadamente el Profesor Zorán Herrera nos obligó a hacer hace ya 7 años, cuando era el alicaído docente de Literatura en nuestro artístico 9no B. Al finalizar ese año, el del milenio, nos pidió que reuniéramos todas nuestras creaciones que incluían poesía, cuento fantástico, cuento realista, monólogo y fábula. Creo yo que tenía él la esperanza de que alguno de nosotros tomara las riendas literarias y esa primera obra fuera un recuerdo valioso de nuestros pininos en las letras, pero de cualquier modo sin darnos cuenta, para los que se volvieron escritores y los que no, este fue el mejor regalo que nos pudo dar Zorán.


El leer algo que hemos escrito hace tanto tiempo (en mi caso no tiene tanta importancia la cantidad de años, sino el cambio de la adolescencia a la juventud) es como ver una fotografía de alguna época que creíamos olvidada, muy remota y que nos hace dar cuenta de los cambios que poco a poco nos han ido (curtiendo) moldeando. Solo que a diferencia de una imagen en la que vemos nuestro aumento de altura, peso, pelo (aunque en muchos casos este último disminuye), un escrito nos desnuda más, nos presenta mejor una época interna y toda la problemática, influencia e ideas que rondaban por esos días. Podemos encontrarnos con grandes sorpresas, emociones o pensamientos a veces olvidados provenientes de esos tiempos que recordamos con algún cuentito que nos sorprende en un cajón, o si mirando cosas viejas hallamos un poema, en una servilleta casi borrado (para los que saben).


De todas las cosas que hallé yo, me quedo con el monólogo que pongo a continuación. En estas líneas vi de nuevo mi afición eterna por Eguren y solo cambié la lámpara por el vestido azul. Recordé al padre César y sus homilías dominicales que encandilaban al más ateo, ese acento valenciano y ojos azul cobalto que carajeaban a la hora de la confesión pero hacían sentir redimido verdaderamente al que acudía a él. Pero sobre todo recordé mi amor platónico con un seminarista, toda una época en la que poco me faltó para llamarlo Cayetano Alcino del Espíritu Santo Delaura y Escudero (nombre que he repetido de memoria al escribir este post como un recuerdo empolvado pero imborrable), y yo por momentos sentirme Sierva María de Todos los Angeles. A mis 14 años, creo que valoraba mucho a Gabo y los Otros Demonios. Lógicamente, esa ilusión nunca prosperó y ahora él y yo somos grandes amigos. A pesar de los 15 años que nos separan, voy a visitarlo de vez en cuando a la parroquia en los quintos apurados donde lo ha mandado el obispo. Y estoy pensando seriamente en llevarle esta historia.

"La confesión"

Y ahí está de nuevo. Entra ella bien vestidita para la misa, y se persigna justo a la altura de la imagen de San Francisco. Ve que ya no quedan asientos. He llegado tarde. Otra vez parada. Se acuerda que tiene que confesarse porque hace semanas que no le ha contado sus pecaditos. Y aquella niña vestida de azul, hizo fila para el confesionario. Ahí está Diego, qué horror. Seguramente se acuerda de lo del otro día. ¿Debí haberlo besado? ¡Ah, qué mas da! Ya avanzaba la fila. ¿Quién estará confesando? Espero que no sea el padre Juan. ¡Ay! Siempre que lo veo me pongo nerviosa. Tiene unos ojos azules de película, y siempre es dulce. ¡Ay, Dios mío! ¡En qué diablos pienso! La niña se ha reído, y todo el mundo volteó para verla. ¿Por qué me miran sarta de hipócritas? Al menos yo vengo con buenas intenciones, ¡no soy como ellos… no soy como ellos!

Es el turno de aquella niña inquieta, que ha estado tronándose los dedos, y riéndose a cada rato. “Quien solo se ríe, de sus maldades se acuerda”. La niñita ha entrado en el confesionario y se ha encendido la luz rojita del foco. Está nerviosa. Es el padre Juan quien está confesando. ¿No dije? Yo siempre tengo mala suerte. Ahora voy a empezar a tartamudear. Ave María Purísima. Sin pecado concebida Santísima. Cuéntame tus pecados, hija mía. Le contó sus historias. ¿Qué pensará el padre? No es justo. ¿Por qué debemos contarles a los padres? ¿No es suficiente con hablar con Diosito? ¿Y a quién le contará sus pecados el padre? Porque yo sé que nadie es santo, así que el padre debe tener sus cositas. ¿Pensará en chicas alguna vez? Seguro que sí. Pobrecito, debe aguantarse. ¿Eso es todo? Sí, padre. Estás perdonada… reza cinco Ave Marías, y anda con Dios. Gracias, padre.

Ya salió la niñita. ¡Uf! Ya pasó. No fue tan malo como esperaba. Pero ya comulgaron. Tendré que esperar al próximo domingo. Podemos ir en paz. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

Y así la niña del vestido azul salió de la iglesia, con cara radiante y una gran sonrisa. Ahora, a comerme un dulcecito.

25 sept 2007

Primer demonio

La principal perfección del hombre consiste en tener libre arbitrio, que es lo que le hace digno de alabanza o censura.
René Descartes


Es la primera vez. Un profesor me dijo alguna vez que la primera vez siempre duele (y esto está fuera de las asociaciones que todos pueden estar haciendo en estos momentos con su debut), pero es cierto, cuesta. Y este es mi primer post, obviamente, no el último. He decidido abanderar este escrito con un demonio vital, y es que en la descripción de mi perfil y en mi nombre se infiere que estoy llena -y hecha- de demonios, cada uno peleando por salir. El demonio que ahora habla es la libertad.

Sobran las explicaciones que llevan a uno a crear un blog. Las más variadas están desde deseo de plasmar la inteligencia verbal (esa de la que hablaba Gardner), deseo de expresión como catarsis y autocrítica, instinto de ser leído como una variante ligera - y exquisita- de exhibicionismo... y en este caso, decido escribir porque simplemente lo necesito. Punto. Y los tópicos serán tan variados, que el que espere una unidad temáticas en esta larga lista de posts que se avecinan, creo que no encontrará satisfacción, pero eso sí, aseguro encontrará algo interesante que leer.

El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón.
Erich Fromm


He dicho que hablaré en estas primeras líneas con el demonio de la libertad, como cualquiera de ustedes en la concepción del yo, la entiendan. Y este pequeño gran demonio me acompañará siempre, abierto a comentarios y con la convicción de que La libertad es una sensación. A veces puede alcanzarse encerrado en una jaula, como un pájaro, como decía Camilo José Cela.

Libre he sido no siempre, porque no comparto esa idea de que todos los hombres nacen libres, sino que estoy convencida, la libertad solo aparece como tal cuando la asumimos y aceptamos. Independientemente de ser artistas y vivir la vida a antojo y voluntad, o ser un secuestrador apoyado en los barrotes de Lurigancho, la libertad es una condición de vida por motivación propia: YO ELIJO SER LIBRE. Yo elijo disfrutar mi libertad y empezar a vivir, y así de sencillo se nos pasa la vida. Toma nota: no dije fácil, sino sencillo (teoría del fácil vs sencillo que en algún otro post desarrollaré).

Ahora que soy libre comparto mi libertad con ustedes, bloggeros, las palabras ya fluyen y que empiece la danza.

Supayniyux