12 nov 2007

Para no olvidar

"Ten cuidado con tus sueños; son la sirena de las almas. Ellas cantan, nos llaman, las seguimos y jamás retornamos"
Gustave Flaubert



Las 6:00am. Con la exactitud de un reloj Cecilia ha abierto los ojos y luego de deshacerse lentamente de sus sueños ha recordado que hoy es domingo. La posta médica no abrirá, los pacientes igual la buscarán – gajes del oficio, cuando vives en tu centro de trabajo- y ella como siempre encontrará algún rayito de sombra o gatito de alfombra con quien jugar. Ella, de buena familia, con filias y fobias, que ha ido a parar a los quintos apurados por propia voluntad. Busca amores imposibles y sigue causas perdidas, así que luego de tantos años de medicina y antes de entregarse a la vorágine de la especialización, ella que era tan altiva, tan sensible y tan de nadie, tomó su estetoscopio rosado – sí, ese que adoraba y del cual algún idiota se burló- su diploma de primer puesto, su sello de doctora recién graduada y lo poco que sabía de la vida, para llegar a Malvado con el ímpetu de sus 23 años y transformar al mundo al menos empezando por los rincones olvidados de Dios.

Llegó con dos maletas, una de libros y otra de ropa, luego de caminar desde el paradero lejano donde el bus la dejó. Médico joven - aire nuevo, frescura que envuelve - se instaló en el segundo piso de la posta y resuelta, inició el primer trabajo de su vida. Limpió, transformó y embelleció, no solo ese sitio donde el SERUM la conminaba por un año entero al servicio de los lugares distantes donde la salud era lo último en lo que se pensaba, sino todo Malvado, del cual hizo su transitorio hogar. No fue fácil, y sí que le costó porque convencida, Cecilia dice siempre lo que piensa, y casi nunca piensan como ella, por eso paciente e incansablemente tornó a ese pueblo remoto en un lugar agradable para vivir. Desde que llegó día y noche trabaja, cura, cose y sana, y eso la hace sonreír.

Pero hoy es domingo y hay feria en la plaza. Le encanta salir a caminar en ese calor abrasador, bajo ese sol tanático que detiene el tiempo como en esos pueblos del lejano oeste, donde solo falta que pase una bola de paja arrastrada por el viento para completar el cuadro. Todo Malvado es así el domingo, salvo la plaza, que se llena de mil colores, sabores y sobre todo, aromas. Cecilia adora las frutas, son su sueño, vigilia y adicción, por eso cuando camina despacio entre los puestos - donde se ofrecen mangos de un amarillo tajante, uvas verdes y negras, chirimoyas dulces y suaves y sandías abiertas de rojo pasión- bajo ese calor donde el olor a fruta fresca se eleva y endulza la mente, ella es feliz. Habla con una d
e las vendedoras, que le regala un durazno, el más grande y jugoso porque hace tres días Cecilia atendió el parto de su hija y es así como muestra su gratitud. Sin embargo, la doctora duda. Todas las frutas le encantan, pero el durazno fue en algún momento su gozo y ahora se ha vuelto su veneno y pasión vetada. Lo piensa un segundo, luego toma la fruta, agradece y se va.

Está dando la primera mordida y entre ese sabor dulce que le moja los labios y esa textura suave que le toca la piel, siente que de un tiempo lejano a esta parte ha venido perdido, sin tocarle la puerta un recuerdo entrometido. Sabe que sentimentalmente para remediarlo, nada puede hacer y duele como si le clavaran una laza en el costado. Y entonces lo recuerda, después de tanto tiempo pero con la intensidad intacta. Sonríe, entre tanto se confunde con la gente. Ha visto un espacio bajo un árbol en el lugar más tranquilo de la plaza, se sienta en el pasto protegida por esa sombra fortuita y ha decidido cerrar lo ojos y entre ensueños, recordar, así que si la despierta el mediodía presumido, al menos estará un poco en las alturas. Y muerde el durazno otra vez.

Cecilia recordó cuando dormía bien acompañada, porque a menudo la acompañaba él. Después de conversar sobre la vida, la muerte, el lenguaje y el amor, ella pasaba horas en su cama como Venus en llamas a su lado, a veces harta de estar enamorada, sin su vestido pero con una flor. Cecilia tenía algunas fantasías, y otras fantasías tenía él, por eso a veces cuando estaban juntos ella le cambiaba las suyas por las de él y se hacían realidad entre los dos. Nada había como las noches y despertares a su lado, cuando abrían los ojos uno frente al otro como si en su breve mundo onírico también hubieran estado juntos, y si él tenía hambre ella
buscaba en la despensa y le guisaba unos besos con arroz. Como siempre que se cambian los papeles, cuando era ella la que lo protegía y lo cuidaba, le corregía los escritos y lo resguardaba del dolor, él se quedaba dormido en su cintura que era la parte que más le gustaba, y ella lo arrullaba, incluso luego de esos sábados de bronca y despedida, y cada domingo de reconciliación. Se quedaban horas uno al lado del otro, sin mirarse, hablando sin hablar, y ambos sonreían. Ella era feliz.

Cecilia ha abierto por un momento los ojos. La garúa paradójica que cae en Malvado ha interrumpido su memoria, pero decide ignorarla y los vuelve a cerrar. Entonces, de un tiempo no tan olvidado, ha venido un recuerdo mojado – ella quisiera que fuera de una tarde de lluvia y de su pelo enredado – pero es en realidad de la noche infausta cuando él, mientras le decía cosas al oído, mojó su cabello y con voz entrecortada le dijo que se iba de su lado. Viajaba al otro lado del mundo sin fecha de retorno por el trabajo, y se iba con el alma en siete pedazos, porque ella era su duda desnuda, su mina de seda y aunque al principio solo sabía que no sabía nada de su vida, presentó sus credenciales a su risa y se enamoró. Cecilia, en ese instante en el que escuchaba al único hombre que no la dejó jugar con fuego, decir que se iba, recordó que al inicio sabía que no se iba a quedar con él para siempre, pero que luego de tantas batallas y fracasos junto a él, de tanto amor que recibió y que sin darse cuenta entregó, se enamoró. Pensó en ese instante que esa historia de ambos se convertiría en el nido que el olvido habría de destruir, y sintió un dolor tan lacerante que lloró. Desconsolada, imaginó los días que le faltaban vivir a su lado, las mañanas que aguardaban en ese futuro que parecía tangible para despertarse con la mano de él en su cintura, llevarle los duraznos de primavera que tanto le gustaban y volver a sonreír. Sintió una pena atravesada en el pecho por todos esos días que dejaron en ese momento de ser mañana, y él le dijo que no debían contar el tiempo que les quedaba, ni contar el tiempo que se había ido, porque luego de esas luchas juntos sabían que vivir es un regalo y un presente, y ellos habían vivido felices. Entonces ambos se quedaron juntos, mitad despiertos, mitad dormidos, uno al lado del otro hablando sin hablar, y cerraron con paciencia la grieta que quedaba con los grandes momentos, alegría y dolor.


Cecilia ha vuelto a abrir los ojos. Casi ha sentido la misma tristeza que la hirió el día en que él se fue, poco antes de que ella decidiera ir a Malvado a trabajar. El beso de despedida que no quiso dar por temor a lastimarse y lastimar más de lo debido, el abrazo que guardó bajo siete llaves para siempre, la decisión al cerrar la puerta de llorar un tiempo y luego dejar de sufrir, el vacío en que quedó la casa y el silencio que la abrumó. Es justamente eso lo que la ha despertado. Ha abierto los ojos y ya no hay nadie en la plaza, es hora de almuerzo y todo ha quedado en silencio. Cecilia, que terminó hace horas su durazno, se incorpora, limpia su vestido y va a su casa a almorzar. Come el guiso con arroz que preparó, bebe agua fresca que alivia el sopor de la tarde y con las ventanas abiertas y el sol abrasante iluminando su habitación, decide entregarse al placer de la siesta y dejar de lado el amor.

Ya casi en ese límite entre el sueño y la vigilia, donde todavía puede pensar en lo que quiere soñar, le da la última oportunidad a su mente de recordar porque luego no se lo permitirá, y entonces en esa última respiración narcótica de la memoria, antes de separarse del mundo de la realidad, Cecilia piensa en él y recuerda lo último que le cantó al oído: “Y si un día te encontrare una mañana,será posible, será dormido…será posible, será dormido”


Supayniyux

2 comentarios:

Luis Iparraguirre dijo...

Muy lindo, nuevamente. El amor, la nostalgia y la pena que nos producen nuestras posturas, a veces incomprensibles, nos llenan de mucha creatividad y sensibilidad. Así que tenías corazón, al fin y al cabo (broma cruel, sorry). Suerte, Coronel. No sé qué más escribir, y es que soy un idiota... un idiota que te quiere mucho y te desea lo mejor. Chus!

Anónimo dijo...

No, no estamos a mano. Falta un mensaje anónimo desde el celular de algún amigo... desde un concierto... A propósito, saludos a tu pata, es un buen tipo y es mi herrrrrrmano. Es más quiero conocerlo. Él será nuestro testigo.

Sorry x el anónimo. Tus costumbres!